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jueves, 29 de abril de 2021

El boxeador de los guantes rojos

 





*Foto intervenida



Aquella noche cuando subiste al ring, no escuchaste la algarabía de la gente en ring side como otras tantas veces. Sentías que algo andaba mal, pero no alcanzabas a precisarlo. Hiciste unos amagues, con los guantes rojos, con los que siempre peleabas, y diste unos saltitos alternos para calentar el cuerpo; te quitaste la bata negra con bordes dorados, y fue cuando reparaste en la mujer de ojos azules que, en la mesa de los comentaristas de la radio y la televisión, también te miraba, en el disimulo de buscar información de la pelea en el celular.

El anunciador, presentó a cada una de las esquinas, y sonó la campana para el primer round, y en el cruce de los golpes iniciales supiste que el rival era un fajador duro, porque intentaste sacarle el aire cuando se abalanzó como una fiera, tirándote directos a la cara, y cerrándote el paso, para quedar casi cuerpo a cuerpo. ¡Vaya¡ si resistía tus ganchos al hígado, enconchándose como un caracol en su cascarón, bajo tus brazos, cada vez que errabas directos a la cabeza; pero ya lo tenías con tus jabs a la cara, que le hacían daño, y cuando fuiste a sacar el uppercut para rematarlo junto a las cuerdas de su propia esquina, viste a la mujer de los ojos azules relampaguear su Olimpus, debajo del ring, y en un par de segundos sentiste ese golpe seco en la oreja izquierda, que te tendió en la lona, y te dejó sordo como una tapia para el resto de la vida

 

 


sábado, 17 de abril de 2021

Naufragio

 





*Foto intervendida





La vida se nos va hecha jirones

en el tiempo,

los lugares,

los objetos.

Miro el rostro de la mujer que atendía el bar

adonde cantábamos con Moustakis,

"Con mi cara de extranjero,

de judío errante, de pastor griego

y mis cabellos al azar,", y el tiempo le ha puesto arrugas

de tragedia griega a su rostro que fuera de porcelana,

cuando el bar era una fiesta de ron y aguardiente agradecido.

Nadie le ruega ahora - como en sus tiempos de bella-

que ponga una canción en la victrola de vinilos.

Si acaso algún despistado se detiene en el bar

lo verá como un barco que se oxida

en alguna playa de olvido,

y se tomará apurado un whisky de amargura,

como temiéndole a una peste que asolara el lugar

Ay! de la Esquina del perdón

de casas altas, y balcones saledizos,

más oscura que las mismas sombras;

ya no la pueblan los fantasmas de

de la violencia partidista,

ni los amantes sin motel de coitos urgidos,

que le perdieron el miedo a sus muertos.

Cómo reconocer la vieja esquina de la muerte,

en ese vértice de hoy de locales apretados

y en el enjambre de vulgares negociantes que trafican hasta el alma!

Acaso,

en algún libro viejo de Balzac,

una flor disecada por el moho del papel,

me recuerde ese amor que nunca fue,

pues más pudo el olvido ( olvido es la sutura del alma dolorida)

Acaso en las páginas de otro libro esté,

la servilleta con dobleces de ternura,

de aquel poema que a hurtadillas le escribí

mientras consumíamos un asado en el patio de la casa,

y siempre quise darle,

donde le juraba amor siempre,

pero para qué dárselo -pensaba-

si el amor se me salía por los poros,

sobraban las palabras.

En el desván -náufraga- el esqueleto de una guitarra

espera por sus cuerdas.

Es que aún quedan hilachas de alma y la piel

por desgarrar la vida

entre cobres y entorchados 

de una vieja canción andina

 

jueves, 8 de abril de 2021

Desande

 













*Foto intervenida




Mejor no vuelvas, a desandar los pasos;

nada asegura volver al lugar de donde partimos,

y fuimos felices.

Los caminos no son los mismos,

y las mujeres que amamos

mientras le dábamos vueltas a la vida,

sus bocas de besos dulces son hoy vaho de sepultura,

y en sus úteros otrora frescos

y silvestres como las amapolas, ya no los agita el deseo.

Mejor no vuelvas a la casa donde naciste,

allí donde te escondías en la penumbra de los cuartos

cuando venían las primas con la alegría de los veranos

a desfogar sus deseos espurios” (decían las maledicentes tías)

quizás el  implacable tiempo la haya hecho ruinas,

y una lágrima haga sombra en tus ojos

Acaso mejor no vengas,

porque como todos los tuyos,

no seas más que un muerto,

mal muerto,

al que se le ha olvidado matar la alegría de la vida