Vistas de página en total

miércoles, 27 de noviembre de 2019

Rasgaduras










*Foto intervenida




Muerde la angustia de la tarde
el alma.
Tu beso sabe a sal
grano a grano
como una siembra de amargura
en un reloj de arena 
eterno,
y nos vamos quedando
sin tiempo,
sin historia
desnudos de todo
desnudos de piel


jueves, 14 de noviembre de 2019

TIEMPO DE BRUJAS










Foto intervenida de internet


Creo la primera vez que la vi, andaba de elásticos y gafas oscuras en una bicicleta montañera por el barrio, No me interesó qué hacía, hasta cuando casi me atropella, en el momento en que yo corría a buscar un taxi. Ella rodó al derrapar la bicicleta, sus elásticos se rompieron por las rodillas que le empezaron a sangrar, y sus lentes negros volaron por los aires. Vi sus ojos almendrados, bellos y cautivadores, pero inexpresivos, que me miraban en la duda de la disculpa y el dolor. No tuve más remedio que auxiliarla, y la levanté del suelo. Sentí que era recia y atlética. La brisa le hizo caer su pelo lacio y trigueño por la cara. Apenas pude escucharle, un ahogado discúlpeme, y a pesar de mis ruegos, para que fuera al hospital, buscó los lentes y su bicicleta, y se perdió de mi vista y del barrio.

Por ahí al vuelo, alguien me dijo que era arquitecta, y que como en él aún se conservaban casas coloniales, pensaba hacer un estudio. La verdad, no volví a saber de ella, y ya la había olvidado, cuando me la tropecé por la parte vieja de la ciudad, tomándole fotos a una vieja Capilla de las Clarisas. Me confirmó que era arquitecta. Le fascinaban las casas viejas y las iglesias, y si eran de orden gótico mejor. Me lo dijo cuando entramos a una especie bar, y ya sentados, nos bebimos una cerveza. Fue cuando le confesé que trabajaba para una revista. Hacía calor, y no sé por qué sentía que conocía a esa mujer de antes. Me llegaban ramalazos de momentos vividos con ella, pero no podía ponerlos en claro, mientras nos besábamos, besos que me parecían dárselos a un ser etéreo e ingrávido. Y se fue como siempre, sin despedirse, dejándome pegado el olor de su perfume, agradable al olfato, pero con la fragancia de los ramos de flores de difunto.

Seguro que no es invento, ella viene y se va de mi vida como el humo, le decía a uno de mis amigos, un treinta y uno de octubre, cuando salimos en eso de las seis de la tarde, a tomarnos una cerveza. Acabábamos de entregar el material al jefe de redacción, y le hablaba a Jorge ( escribía de política en la revista),  de la mujer fantasma que sobrecogía mi vida, en un bar de la Avenida de los periodistas. Afuera, veía desde el ventanal inmenso del bar, grupos de gente ya disfrazados, por las aceras de la avenida, camino de los clubes y las discotecas, que habían programado noche de brujas, en el centro de la ciudad.

Aún no terminábamos la primera cerveza, cuando vi entrar al bar un "parche" de disfrazados como los personajes de la Odisea. Sólo les faltaba el barco. Ahí estaban Ulises, y los protagonistas de su retorno a Ítaca, como el esperpéntico Polifemo, y su único ojo en la frente; también la hechicera Circe, que entró de última, y esparció un olor a flores de difunto, la misma odoración que caracterizaba a la mujer que entraba y salía de mi vida (la arquitecta) sin pedir permiso. Lo que más me extrañó fue que no se hizo en la barra, como el resto de la comparsa, sino en una de las mesas que estaban vacías y se quedó mirándome. Es ella, no hay duda, me dije, y sin despedirme de Jorge, fui a abordarla, la tomé del brazo, y salimos a la Avenida. Caminamos unas cuadras, y nos registramos en un pintoresco hotel, quería impresionarla, mientras afuera la algarabía de los niños ya pedía dulces a montón. Nos instalamos en uno de los cuartos del segundo piso. Te mereces lo mejor, elogiando el hotel, creo que le dije, mientras me miraba tras sus ojos almendrados.

La noche fue inolvidable: besos, espasmos de piel, y marasmos cuando ya no quedaba otro camino que dejar que la ansiedad se desbordara. Recuerdo que en la desnudez que le daba brillo a su cuerpo de ensalmo la noche, se levantó. Voy al baño dijo, y me quedé profundamente dormido, hasta altas horas de la mañana, con el sol ya entrando por la ventana, cuando con estupor observo que ella no está. Llamo a recepción, y pregunto por la mujer que se registró conmigo en la noche. Bárbara, así se llama, se registró con ese nombre. La mujer que me habla desde la recepción, me dice, para mi desesperación, que yo venía algo embriagado, pero no me acompañaba ninguna mujer