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jueves, 30 de abril de 2020

besos de incienso






*Foto intervenida

Desde mi atalaya 
apenas se viene la noche,
observo La calle del farol,
y la iglesia alzada en piedra roja,
como un asombro de la noche,
con su hamaca de estrellas
agarrada de las puntas 
de sus cónicas torres,
mientras 
pegados a la sombra de sus paredes 
se arrullan  los amantes,
burlando la cuarentena.
Las campanas están calladas,
-mordaza de bronces- de estos tiempos
donde más puede el silencio.
Pero me viene a la memoria
el tañido bronco del metal 
de otros tiempos
llamando a misa de seis.
Aún tengo en los labios,
esos besos con sabor a sahumerio,
cuando buscábamos los confesionarios,
y ella me ofrecía su boca púber
cántaro de húmeda saliva,
en el fragor del sahumerio,
inundando con su humo
las naves de la iglesia,
y el sacristán nos descubría
en un siempre largo beso, 

beso largo,
que no lo sentíamos como pecado,
y él nunca  nos decía nada,
como un cómplice 
que quizás también tuvo un amor
entre  el humo y el incienso