EL PIAFAR DE LOS CABALLOS
Angustia de las horas,
la luna ojo enrojecido de la noche,
el rio es una sierpe entre los cardonales.
Se escucha el silencio
como una herida en las sombras.
No hay brisa,
las hojas de los àrboles,
son sueño vegetal en la quietud.
Se siente el miedo,
viaja en las ondas sordas de esta noche,
en la mordaza del beso que acalla
la angustia de las bocas;
en la piel que esconde en cada poro
el goce de la caricia,
el tan tan de la piel hecha deseo.
Presesiente en su canto la lechuza
la desgracia.
La luna se ha ocultado tras nubes de pizarra.
Se agita el hijar de los caballos,
cuando los jinetes con sus espuelas los hieren,
y a galope tendido se abren paso en la llanura.
La mujer,
da un beso de despedida a su hombre
y presiente que es el ùltimo
en el piafar fùnebre
de los encabritados caballos
l
Angustia de las horas,
la luna ojo enrojecido de la noche,
el rio es una sierpe entre los cardonales.
Se escucha el silencio
como una herida en las sombras.
No hay brisa,
las hojas de los àrboles,
son sueño vegetal en la quietud.
Se siente el miedo,
viaja en las ondas sordas de esta noche,
en la mordaza del beso que acalla
la angustia de las bocas;
en la piel que esconde en cada poro
el goce de la caricia,
el tan tan de la piel hecha deseo.
Presesiente en su canto la lechuza
la desgracia.
La luna se ha ocultado tras nubes de pizarra.
Se agita el hijar de los caballos,
cuando los jinetes con sus espuelas los hieren,
y a galope tendido se abren paso en la llanura.
La mujer,
da un beso de despedida a su hombre
y presiente que es el ùltimo
en el piafar fùnebre
de los encabritados caballos
l