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jueves, 29 de abril de 2021

El boxeador de los guantes rojos

 





*Foto intervenida



Aquella noche cuando subiste al ring, no escuchaste la algarabía de la gente en ring side como otras tantas veces. Sentías que algo andaba mal, pero no alcanzabas a precisarlo. Hiciste unos amagues, con los guantes rojos, con los que siempre peleabas, y diste unos saltitos alternos para calentar el cuerpo; te quitaste la bata negra con bordes dorados, y fue cuando reparaste en la mujer de ojos azules que, en la mesa de los comentaristas de la radio y la televisión, también te miraba, en el disimulo de buscar información de la pelea en el celular.

El anunciador, presentó a cada una de las esquinas, y sonó la campana para el primer round, y en el cruce de los golpes iniciales supiste que el rival era un fajador duro, porque intentaste sacarle el aire cuando se abalanzó como una fiera, tirándote directos a la cara, y cerrándote el paso, para quedar casi cuerpo a cuerpo. ¡Vaya¡ si resistía tus ganchos al hígado, enconchándose como un caracol en su cascarón, bajo tus brazos, cada vez que errabas directos a la cabeza; pero ya lo tenías con tus jabs a la cara, que le hacían daño, y cuando fuiste a sacar el uppercut para rematarlo junto a las cuerdas de su propia esquina, viste a la mujer de los ojos azules relampaguear su Olimpus, debajo del ring, y en un par de segundos sentiste ese golpe seco en la oreja izquierda, que te tendió en la lona, y te dejó sordo como una tapia para el resto de la vida