crepitante y explosivo,
se deshace luego en un vacío sin fronteras,
vuelve y se oxigena,
para el periplo de la piel iridisada por el sol,
en sus estadios de lustre,
deslavazada en su periclitar agónico,
por las caricias,
baba que depreda y arrasa,
como la cáscara mudada por el tiempo,
los vientos y la lluvia de la sierpe.