
No sé por qué tengo una enorme fijación por el color rojo. Quizás se me antoja un color de seducción, y pienso si en ello tendrá que ver el hecho de que ella, la mujer que me dejó sus primeras ausencias, llevaba un vestido y lencería bermellón, la tarde de aquel verano hostigante de su primera vez, cuando las sábanas blancas, también, se mancharon de rojo.