Se encontraron en tiempos de los buenos presagios. La luna henchida en las noches, entibiaba sus cuerpos ofrendados en el ritual de la boca que se afana en besos, y los nervios enfebrecidos buscan la piel del o
tro para sentirse vivos. Sabían que se necesitaban, y esperaban con ansiedad a que llegara la noche, después de la dura jornada diaria del trabajo, para contarse sus angustias, y entregarse fieros a las querencias, con la promesa siempre en la boca del no olvido.

Era un amor de raices perennes. Eso pensaban, blindado contra las borrascas y las tormentas, y tomaron el camino sin miedo a tropezar, por la ruta de los senderos bifurcados, y en la niebla de las malquistancias a las que no escapa amor ninguno, se separaron supurando dolor. Pero, los sentimientos pervivían, no habían muerto. Eran una herida abierta, y no bastaban los besos de otras bocas para cerrarla, ahora que cada uno, en las antípodas, buscaba el olvido del otro.
Estaba escrito en los viejos pergaminos druidas y celtas que el sendero de las bifurcaciones se haría un solo camino para que volvieran a encontrarse y juntaran sus voluntades como en la canción de Urraza :

Las penas serán de dos
las alegrías también
qué dificil caminar
por estos caminos solos.
Y ahora al reencontrarse, tras un largo trecho de soles y lunas caminados con espinas y rosas, han madurado el sueño de sus desvelos: el niño tierno y dulce, calor de sus afectos: su primer hijo. Eder y Janeth: llegó quien llevará su sangre.