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jueves, 2 de noviembre de 2017

Amor de papel



No lo recuerda muy bien si fue en el antiguo pasaje Cadena o en el Aurelio Martínez Mutis, que conoció a la diva del cine norteamericano, Marilyn Monroe. Bueno, eso de conocer era un decir, pues qué iba a andar por los andurriales de Bucaramanga, y menos por un pasaje atestado de rateros, gente popular comprando en los talantines callejeros ropa barata, y hippies hediendo a marihuana, que sobrevivían con la venta de sus curiosas artesanías. 



Pero, ahí estaba la sensual Marilyn, en aquel póster inmarcesible, donde trataba con la coquetería más inocente de evitar que el viento le levantara las faldas del vestido. Tirada sobre el tapete verde, donde uno de los hippies con las muelas rotas, ofrecía toda suerte de afiches y carteles, con personajes del cine y la política mundial, la vio como un ensalmo. Se detuvo de inmediato. Sin regateos, se llevó el póster de la Marilyn cautivante, y lo instaló encima de la cabecera  de la cama. 



Él, al que nunca le había gustado el cine,"me parece jarto", empezó a interesarse por la filmografía de la Monroe. Se volvió un especialista de las películas de la rubia estrella de Hollywood. Diez veces se vio Niágara; catorce veces, Los caballeros las prefieren rubias, y se le perdió la cuenta de cuántas veces se sentó en la butaca del teatro Sotomayor, a ver, La tentación vive arriba. 


Tanta sería su pasión por la Monroe, que vendió parte de la herencia que le dejó el papá, una finca cacaotera, por los lados de Rionegro, para instalarse en la costa californiana, en Santa Mónica más exactamente,a donde iba con frecuencia la Monroe, a bañarse en sus playas, para infarto de los jóvenes y provectos turistas que por allí buscaban solaz. 

Desolada la mamá con el hijo que vendía la tierra para irse a Los Ángeles, recuerda, que le dijo, "no te has fumado un cigarrillo en la vida,  y un pendejo cartel, te ha hecho el hombre más dependiente del amor por una mujer de papel. Rompe, ese póster, hijo. Por amor de Dios¡!" Qué le iba a hacer caso. Cogió una maleta, echó los útiles de aseo, la ropa necesaria, el póster de Marilyn, y se largó a Santa Mónica, sin siquiera darle un beso de despedida a su mamá. 

En la playa nunca pudo verla. Sólo de lejos, por Beberly Hills, la vio pavonearse en su Cadillac, con su nuevo marido, el dramaturgo, Arthur Miller. Acababa de separarse de la estrella del beisbol, Joe Di Magio. Tanto que había leído sobre ella, y le amargó enterarse hasta ahora, que era casada. Sin embargo mantuvo el amor de papel, como lo llamaba su llamaba su mamá, por la diva de pelo dorado. 

Pero algún evento en la vida de Marilyn, habría de decepcionarlo terriblemente, y fue aquel que la televisión hizo público de  Marilyn cantándole el happy birthay, en La casa Blanca, al presidente Kennedy, en sus cuarenta y dos años. Le molestó tanto que se sintió como un marido traicionado por su mujer, hasta tal punto que cogió el póster de la diva y le rayó la cara  con un lapicero de color rojo. Al respaldo, escribiría en grande, "bandida".Y lo dejó abandonado en el apartamento de Santa Mónica, pues era tanto el malestar, que se vino para Colombia, y se entregó al trago y las putas de la Sesenta y una en Bucaramanga, para matar la pena, en una pernicia que en sus setenta años de vida, y diez de viudez, su mamá no había visto en hombre alguno.

Cuando los investigadores del FBI, siguiendo las pistas  del asesino del presidente Kennedy (habían encontrado el afiche en el apartamento de Santa Mónica) llegaron hasta su apartamento en Conucos, sólo atinó a decirles, en medio de la resaca de extremo delirio donde veía hasta elefantes: "a la Marilyn, es la que debían haber matado, por ser la zorra más zorra de las zorras", y se desplomó en un mar de lágrimas.




Foto intervenida, Marilyn Monroe