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jueves, 21 de octubre de 2010

Corazón vegetal


Cada tajo del hacha,

en el frondoso encino,

una puñalada,

en lo blando

de mi corazón vegetal

viernes, 15 de octubre de 2010

Tus pies desnudos en la arena


En la playa,

tus pies desnudos

grabados en la arena,

mientras la luna

pestañea celosa,

en lo alto de la noche.

domingo, 10 de octubre de 2010

La mujer de la colt 45


Cuando cerraban el bar, agonizaba justamente la voz de Sabina, en desnudos al amanecer nos encontró la luna. Afuera caía esa especie de llovizna que los limeños llaman garúa. Más de tres meses llevaba ese inviernillo, que se asomaba en gotas de agua fina, en los momentos menos justos: la salida de un cine, la hora de ir al trabajo o salir de él. Eran casi las tres de la mañana, el dueño del bar nos arrojó a la calle, disculpándose, tengo permiso hasta las dos, y no tarda en caerme la tomba, a ponerme un comparendo, así es que ahuequen, y no quedó nadie adentro, ni la voz de Sabina en el equipo cuadrofónico, contándonos de la farra y los polvos peleados con la gata de la canción, en una puja de noche y madrugada. Iris, que así dijo que se llamaba, se repegó a mi cuerpo, y yo le eché el brazo, para darle calor, porque empezó a correr , llevándose las hebras delgadas de la lluvia, un viento frío, por la avenida abajo. Entonces en el abrazo, sentí pegada a su cadera, la colt 45. Conocía esa pistola con solo palparla si me encaletaba una de esas, haciendo inteligencia, cuando estuve en el servicio militar. Tranquilo, no se ponga rabón, me dijo, y paramos un taxi. Fuimos a dar cerca a los Ministerios, donde tenía el apartaco, en el segundo piso, sobre la Gran Avenida. Bajo la chaqueta, bien abrigada traía la botella de aguardiente, que nos había quedado cuando el barman nos puso paticas en la calle, y chupamos el guaro a pico. Abrí la ventana, a pesar del frío. La llovizna no cesaba, terca como el insomnio. Iris se desnudo, tirando en el piso la blusa amarilla como un sol, los sostenes que dejaron al descubiertos, unos pechos redondos y generosos; se sacó también el bluyín de rotos e hilachas, y se tendió en la cama, en la postura de la maja desnuda de Goya. Lo extraño, es que no vi dónde dejó caer la pistola, y , lo que más me preocupaba, era tener que meterme en la cama, y hacerle, alternativamente, el amor para distraerla, mientras descubría donde había dejado la puta colt 45.

domingo, 3 de octubre de 2010

Andariego


Voy sacudiendo el polvo

de los caminos,

y en cada parada,

un beso en el dolor de la partida.

Es que soy

andariego,

transhumante,

y un poco gitano.