Te busqué
en la hoja de mis recuerdos
y no estabas.
Tampoco
aquella servilleta
donde escribimos
el poema
de nuestras pieles ardidas,
al alimón.
Tampoco estabas allí,
en el oscuro desván,
donde apretabas
tu boca contra la mía,
cuando necesitábamos
de unos besos,
que borraran las ansiedades
del día.
No te encontré
tampoco,
bajo la sombra
de la ceiba centenaria,
donde te abrazaba,
y beso a beso
te desnudaba
con afán,
buscando adentro de tus carnes
esa marmita
de calor de tu sexo,
que me hacía sentir vivo.
He entrado al viejo bar,
y ahí tampoco estabas.
Vacía está la barra
donde te sentabas,
y esperabas
a que llegara,
haciéndome un lugar al lado tuyo,
para cantar
con la melancólica guitarra
del barman,
la canción de Serrat,
que tanto nos gustaba:
"la mujer que yo quiero
no necesita
bañarse cada noche
en agua bendita..."
!Cómo me duelen las cosas,
tan tristes,
tan solas de vos¡.