*IMAGEN INTERVENIDA
Aquella
tarde (hacía un calor insoportable), se arregló como pudo. Sintió que no era su
día. Al mirarse en el espejo, se vio el pelo sin vida, en ella que era uno de
sus mayores atractivos, y casi termina en llanto, si no es porque tocan a la
puerta, y se fue de prisa a abrirla, rodando por el suelo, al enredarse
con la alfombra de la sala, que había sido levantada en una de sus esquinas,
quizás, por la muchacha que hacía el aseo en el apartamento. En el traspiés se peló
la rodilla izquierda con la consecuencial rotura de su jean estrecho, un Disel,
a cambio del cual, había tenido que privarse de los helados “gelato”,
que hacían las delicias de su paladar, y de las idas a los cinemas de Cañaveral,
con sus amigas, los sábados, a escondidas de Guillermo, cuando se reunían a
chismosear cosas de su novio, y del espionaje que le había montado,
porque quería saber con cuál babosita me la está jugando
el Guille , pues últimamente, llegaba oliendo a jabón chiquito, y muy
distraído de sus responsabilidades amorosas; apenas le daba un beso frío,
y no le susurraba como antes, con ese verraco acento de varón santandereano, eres
mi perrita, que a ella se le erizaba la piel, y se lo comía a besos, y como
en las películas terminaban desordenando las sábanas.
Sí.
Últimamente, llegaba esparciendo ese olor inconfundible a jabón chiquito de
esos que dan en los moteles, pero le quedaba bailando la duda, puta
incertidumbre, porque en los hoteles también daban ese jabón de olor inconfundible
a sexo. ¿Y si en lugar de hacerlo en un motel, se las daba de fino y la
llevaba a la cama en un hotel lujoso, como ese de la Mansión del Conde de
Cuchicute, que habían inaugurado recientemente, con bombos y platillos y presidente
de la República a bordo? No supo cómo abrió la puerta, en medio de la duda que
la asaltaba, y el dolor que le alfilereaba la rodilla. Era, Guillermo.
Enmudeció sin remedio, y no atinaba a moverse. Qué te pasa mi perrita,
me vas a dejar aquí parado como una estatua de museo, le escuchó decir al
otro lado de la puerta, en ese acento familiar del macho santandereano,
que a ella le encantaba más que sus gelatos, y náufraga de sus
besos, no le quedó más remedio que lanzarse en sus brazos y buscar con ansiedad
sus labios, olvidándose de las molestas disquisiciones sobre Guille, el jabón
chiquito y sus infidelidades de motel que, la atormentaban, últimamente.