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sábado, 22 de marzo de 2008

JULIO DELGADO,UNA JOVEN PROMESA DE LA CUENTISTICA PIEDECUESTANA

Últimamente he escuchado con reiteración que a los jóvenes no les interesa escribir, y por ende, menos hacer literatura en Piedecuesta. Nada más lejano de la verdad, pues quienes aventuran estos comentarios, lo hacen en cafés en medio de la euforia de la cafeína de un tinto, o el alcohol de alguna cerveza, que los estimula al vano cotorreo.. No se han metido en el barro de las investigaciones, ni menos aperturado espacios para hablar y hacer literatura, que al menos les dé un sustento a sus afirmaciones. Con propiedad digo que a los jóvenes piedecuestanos, sí les interesa leer y hacer literatura. El mantener una tertulia, Tras las huellas del poema, por muchos años, me ha permito acercarme a los intereses creativos de los jóvenes en el ámbito de la literatura. La poesía es una de las más afectas. En Tras las huellas del poemas, se han formado jóvenes como Adriana Ortega, hoy estudiante de cine ("las madres lloran y se quiebran/ las lágrimas envenenadas de ira"), Heide Meneses, luchando con la vida para sobrevivir ("Que me arrojo al abismo de color amargo/junto a la frustración que fuma hierbas extrañas para olvidar sus víctimas"), Eduardo Tello, bregando con la vida, pero manteniendo la escritura poética ("paso por su casa aún/ sabiendo que no podré verla/ pienso en sus labios/ por ese camino vagan los míos"), y Yesenia Fernanda Sandoval, invidente, lírica por naturaleza ("Sólo tu, /ojos hechiceros/ labios seductores"), entre otros y otras.
Uno piensa que, mientras las autoridades culturales no salgan del enconchamiento de sus oficinas, a los espacios donde se hace arte y cultura, no se podrá hablar de una política real de desarrollo cultural. Ahora, lamentablemente,quienes tienen el imaginario puesto en la creación del arte y la literatura en cualesquiera de sus expresiones, tienen que pasar proyectos, para que el sector oficial se dé cuenta que existen, sin llegar a pensar que la cultura y el arte la hace el pueblo sin pedirle permiso al Estado, porque si no sería cultura oficial. Esas gentes que hacen arte sin acudir al Estado, son las que mantienen fresco el espíritu por crear. Es el Estado el que tiene que llegar a ellas, es su deber constitucional, para mantener viva la libertad de creación, y más cuando se necesita fortalecer el espíritu de libertad del pensamiento. Y, por eso laudable que los jóvenes escritores piedecuestanos, así sea en folletos, o abriendo espacios en cafés, hagan conocer contra viento y marea, sus poemas, sus ensayos, o sus cuentos.
En el campo de la narrativa, por estos días cayeron en mis manos, unos cuentos del joven , Julio Delgado, con el cual me había tropezado en charlas literarias en el Café Kussy-Huayra, pero no sabía que escribía. Grato ha sido leer sus relatos muy prometedores, que revelan una virtud de su narrativa: la de las frases largas y envolventes, que buscan explicar, Brenda duerme sola a falta de ácaros que defequen polvo en el espacio donde, precisamente sólo persiste la protuberancia de alguno de sus miembros embalsamados por las franjas azules del cobertor."
El fraseo en Julio Delgado, es rítmico y sostenido, para darle musicalidad al texto, y situarlo en el camino de una prosa poética, así la intención mayor sea la de narrar. No toda narrativa es poética, por eso la de Julio Delgado, es distintiva se identifica, en ese andar de frases que poetizan sin dejar de la lado la intención mayor y directriz, que es la de narrar, " te he traído el amor en los fármacos caducos y mis manos severas; hace rato venía odiando el rincón en el que ahora finges estar agobiada por los consuelos que tu incapacidad neutra ha transformado mil veces en mi presencia, en mi retorno cada vez que yo te he ocasionado una tristeza, un laberinto parcamente tapizado, un estado catatónico que ante mi vista en primer plano se destaca fuertemente en contrastes de blanco y negro."
Naturalmente, es el fraseo largo - que discurre desenvolviéndose en un ovillo- el que le permite premonizar y ratificar sus augurios apoyándose en lo narrativo y poético, "de repente, escuché unos fuertes pasos de pies descalzos que bajaban por la escalera y de los que pude deducir eran de un hombre gordo y pesado. Acerté, el hombre era alto y su estómago era más grande que su cabeza calva y repugnantemente pecosa".
Los cuentos de Julio Delgado, definitivamente viscerales, salen de adentro, en un acento triste, cuando no pesimista, desangelizado, que me hizo recordar a Andrés Caicedo. Julio tiene mucho qué decir al lector, y posee hartos recursos literarias para contarlo : prosa poética y narración, y epítetos terminales del fraseo de gran vigor ("triste resignación", "ardor vaporoso", "espasmo sobrenatural". Pero que sea el mismo Julio el que hable. He aquí, su relato, Deus Machina:



El calor vaporoso ya se había esparcido lo suficiente. Sentado a un lado de la cama sostuve mi cabeza. En ese momento pensé que era muy gracioso el hecho de que pudiera perderla, de que se me saliera de las manos o se desprendiera de mi cuello con facilidad. Frotaba mis manos húmedas y de inmediato las lanzaba contra mi cabeza que no paraba de negar con ese gesto ladeado, mis ojos cerrados querían no pesar tanto y que los párpados no los oprimiera con una triste resignación. Quería respirar y lo hacia con dificultad por esa molesta constelación de fuego invisible. El sudor en mi cuerpo desnudo parecía impedido de satisfacerme. Allí sentado quise soplar un poco mi pecho, mis brazos y mis muslos que ya comenzaban a temblar. Respiraba aún con más insistencia forzándome a ceder a la tranquilidad, a un latido sincronizado con el corazón. Ese temblor epidérmico, podría asegurarlo, era como esa mismísima constelación o como el ardor vaporoso; algo que mi cuerpo no podía digerir ni expulsar con un espasmo sobrenatural.

Desde un principio supe que todo saldría mal. La insistencia de mi pecho y el dolor de cabeza no eran nada a comparación de lo que me acometería más tarde. En el cielo raso una luz pululaba al compás de un ventilador casi descompuesto que tenia un ruidito estrambótico. A mi derecha, en aquel fondo del cuarto estaba la puerta, con una línea iluminada por base en donde las luces de afuera parpadeaban mucho más con pasos de gente: un tráfico de voces, de ruidos de otras puertas cerradas con dureza, de chismes entre empelados de servicio y una voz que no paraba de ir y venir dando ordenes y gritando con intervalos de tos y aguosos escupitajos. Pero el ruido más intenso era el de algunas mujeres que ya seducidas por los hombres se extendían en interminables carcajadas que eran el proemio de un grito final disminuido y mediocremente consolado.

Detrás de mí, ella comenzó a serpentearme la espalda. Ese roce sudoroso me alteró los músculos. Me erguí con rigidez, mis ojos vibraron bruscos mientras la escuchaba mascullar palabras con su aliento y de vez en cuando un rechinar de dientes apretados.¡¡¡Aldemar!!! ¡¡¡Aldemar!!!- comencé a gritar- ¡¡¡sáqueme de aquí proxeneta mierdoso!!! Pero la algarabía de afuera seguía en su caravana patética de luces.

Fue con un estremecimiento delicioso que la mujer lamió y mordisqueó mis hombros. Apretujaba constantemente mi cuello con sus manos examinándolo y buscando la forma de acertar en una buena bocanada de carne. La luz del cuarto pestañeaba y el ventilador había dejado de funcionar. Trate de deslizarme fuera de mi asiento pensando que podría alcanzar la puerta, pero sólo caí sentado sobre el suelo con mi cabeza inclinada donde ya podía ver el rostro de la que quería devorarme. Podía ver su hermosa peluca castaña que me rozaba las mejillas y que delineaba el rostro fino y pronunciado de la mujer. Y grité y grité desde mi parálisis. Aun así, con desesperación, cerré los ojos (mientras la mujer se tomaba su tiempo), y pensé en mi frustrado ritual que hacia un rato me había hecho reír con un placer sobrepujado y que ahora me causaría la muerte en las fauces de una desconocida. Pensé en Aldemar y sus malos servicios, en un buzón de sugerencias, en la plata que no tenia y el problema que eso hubiera provocado si las cosas ya no estuvieran definidas por mi fracaso, por el cortejo mal efectuado. Por mis ojos sesgados pasaron aquellos instantes en que mi timidez y falta de aprecio me habían traído a situaciones como esta, pero de las que lograba escapar con la avidez de mi puta cobardía. ¡¡¡Ohh!!! Sagrado Monstruo Volador tócame con tu Índice Tallarinesco y sálvame. Recitadas estas palabras abrí mis ojos, la mujer ya había expandido completamente sus mandíbulas, de su lengua chorreaba saliva perfumada de cigarrillo pero a pesar de esto no dejaba de ser atractiva. Seguirá siéndolo así a pesar de que yo no quiera abrir mis ojos otra vez. Quiero pensar en lo que me espera.