*Foto intervendida
La vida se nos va hecha jirones
en el tiempo,
los lugares,
los objetos.
Miro el rostro de la mujer que atendía el bar
adonde cantábamos con Moustakis,
"Con mi cara de extranjero,
de judío errante, de pastor griego
y mis cabellos al azar,", y el tiempo le ha puesto arrugas
de tragedia griega a su rostro que fuera de porcelana,
cuando el bar era una fiesta de ron y aguardiente agradecido.
Nadie le ruega ahora - como en sus tiempos de bella-
que ponga una canción en la victrola de vinilos.
Si acaso algún despistado se detiene en el bar
lo verá como un barco que se oxida
en alguna playa de olvido,
y se tomará apurado un whisky de amargura,
como temiéndole a una peste que asolara el lugar
Ay! de la Esquina del perdón
de casas altas, y balcones saledizos,
más oscura que las mismas sombras;
ya no la pueblan los fantasmas de
de la violencia partidista,
ni los amantes sin motel de coitos urgidos,
que le perdieron el miedo a sus muertos.
Cómo reconocer la vieja esquina de la muerte,
en ese vértice de hoy de locales apretados
y en el enjambre de vulgares negociantes que trafican hasta el alma!
Acaso,
en algún libro viejo de Balzac,
una flor disecada por el moho del papel,
me recuerde ese amor que nunca fue,
pues más pudo el olvido ( olvido es la sutura del alma dolorida)
Acaso en las páginas de otro libro esté,
la servilleta con dobleces de ternura,
de aquel poema que a hurtadillas le escribí
mientras consumíamos un asado en el patio de la casa,
y siempre quise darle,
donde le juraba amor siempre,
pero para qué dárselo -pensaba-
si el amor se me salía por los poros,
sobraban las palabras.
En el desván -náufraga- el esqueleto de una guitarra
espera por sus cuerdas.
Es que aún quedan hilachas de alma y la piel
por desgarrar la vida
entre cobres y entorchados
de una vieja canción andina