
La tarde agoniza,
ocaso de un sol arrebolado.
Se apresura la noche,
y en la ansiedad de sus ojos
se encienden las primeras estrellas.
Su pelo y sombras oscurecen aún más
la noche,
y con taconeo fino,
arranca lamentos a las baldosas frías
del zaguán,
donde un grillo ensordece la penumbra,
ella deja caer el vestido rojo,
y al descubierto su piel nacarada,
sembrada de pasiones y deseos.