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jueves, 29 de diciembre de 2022

LA MUJER DEL CALZONCITO ROJO

 







*Foto intervenida



ChavelaVargas cantaba, te vi llegar/ y sentí la presencia de un ser desconocido,la ranchera inolvidable de José Alfredo Jiménez, cuando escuché el taconeo de la mujer, que se sentó a mi lado, impertérrita en la barra del bar. Apenas la perfilaba por el rabillo del ojo, cuando pidió desde esa distancia suya que lastimaba, una cerveza Corona. No tengo, le respondió el barman, pero si no le molesta la Heineken.Y la mujer me apetece, le dice sin mirarlo, mientras enciende un cigarrillo, que extrae de su pitillera. Yo, apenas observaba como quien asiste a un ritual. Me molestaba esa manera de actuar la mujer, poniendo fronteras ante todos. Estaba a punto de irme, y buscaba unos billetes en la cartera para pagar la cuenta, cuando ella me dice, mirándome por primera vez a la cara, veo que está tomando cerveza. Déjeme brindarle una. Entonces vi sus ojos almendrados, atrapados en una piel morena de desierto y sus labios, asomando en su cara, sensitivamente gordezuelos, Me sentí turbado, Creo que así debió sentirse Ulises cuando vio la primera vez a Circe, la maga de su regreso a Ítaca-

Serían las dos de la mañana, nos habíamos tomado cada uno alrededor de catorce cervezas, cuando la policía entró al bar, y lo hizo cerrar. Uno de los policías gritó, tienen licencia hasta las doce, y son las dos de la mañana. Cierren y no les dejamos comparendo alguno. La mujer no quiso que pagara, yo invité la escucho susurrar.


Toda la noche me había pasado con las ganas de besar sus labios gordezuelos y ahora, me imaginé que ella tomaría su camino, y que yo tomaría el mío, rumbo a la soledad de mi apartaco por los lados de la albarrada que da al río.


Ya en la calle, me tomé confianza y la abracé. No miento. Ella me besó, y en un susurró, me dice, me recuerdas a un amor que tuve. Entonces le muerdo suavemente los labios, y caminamos a mi apartaco, a trancos.


Las cervezas hacían ya su efecto. Torpemente nos desnudamos, después de abrir la ventana que daba a la albarrada del río. Volví a morder sus labios, y sentí su piel quemando la mía como una esperma viva. Luego fueron fuegos artificiales.


Me levanté tarde, en eso de las diez de la mañana. La cabeza a punto de hacerme explosión. Ella no estaba. Sólo su calzoncito rojo tirado en el suelo. Lo alcé y lo colgué en la percha como mi mejor trofeo La busqué luego por toda la ciudad, y no había rastro de ella. El barman del bar donde estuvimos bebiendo, me dice que, se acuerda de mí, pero de la mujer no. Dejé de buscarla con una tristeza insondable, porque la verdad, me había enamorado de ella.


Semanas después del encuentro, leo en el periódico de la mañana que, la mujer del bar, (la foto del diario era sorprendentemente la suya), la misma que estuvo conmigo, se había tirado al río hace un año, y se había ahogado. En oficio religioso se celebraría el primer aniversario de su muerte. Entonces, observo el calzoncito rojo, colgando de la percha de mi cuarto, y un escalofrío me estremece todo el cuerpo