Ella
como la Maga de Cortázar, se moría por el jazz. Era su medida del amor. Le
encantaban los vinilos. Se resistía al CD, y a las plataformas. Le quitan la magia
al jazz, me decía cuando se tomaba un vino, y escuchaba al gran Sachtmo tocar
su trompeta. Por eso, mantenía al pelo, un viejo equipo de sonido de esos
de aguja. Ves, amor -me decía- se están poniendo de moda
nuevamente los elepé, y sacaba de los estantes los álbumes de Duke
Ellington, Louis Amstrong, y Billy Evans, y se ponía a escucharlos en su equipo
de aguja, hasta que los vecinos del apartamento, se cansaron de la persistencia
inmisericorde de sus vinilos de jazz, y llamaron a la policía, estamos
mamados, llevamos noches enteras sin dormir, fue su queja y su condena.
Hoy
cuando vine a almorzar no estaba. Me había dejado una nota en esos papeles de
esquela, pegado al espejo del baño: “me da mucha pena dejarte, pero encontré
un hombre que me si me ama . Me acaba de regalar la colección completa de
vinilos de Jaco Pastorius. Y tú que te empecinabas, en que era difícil de
encontrarlos.”