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viernes, 26 de septiembre de 2008

Pasión Callejera : Piedecuesta vista desde los redaños de Deivin Salazar


Se llama Deivin Salazar Rueda, un joven avezado con el espíritu del desaparecido escritor caleño Andrés Caicedo, rompiendo estructuras en sus palabras que se vuelan la cerca de los académicos de la lengua, y en sus sueños de ángeles de alas rotas que recuerdan a un Nadaísmo peleando contra un muro hecho de hormigón, o de un pájaro carpintero intentanto romper a picotazo limpio las paralelas de una vía férrea.
Quería escribir un libro lejos de las pretensiones de la veleidosa fama, lejano de las poses de quienes toman la escritura literaria como un privilegio de inmortales, distante de ese tufillo de quienes escriben para que les levanten estatuas que terminan cagando las palomas, y luego nadie recuerda por la pátina de tanta mierda junta, quiénes eran, o de aquellos que pergeñan libros para que mueran en los estantes de las librerías sin lector que se conmueva con la virginidad de sus páginas. Y contra todas las tempestades, parió ese libro que le venía escociendo el alma, y rompiéndole las costuras de los pantalones: Pasión Callejera.

Si de verdad se quiere un concepto de Pasión Callejera, es el clásico antilibro, una bofetada al libro clásico en su estructura. En él el género trasvasa fronteras, no importa si es cuento, si es novela, prosa poética, o un poema que se lee de una sola tirada. La verdad es que está escrito desde adentro de las viscertas, con furor, con ganas, con dolor, con desaliento, porque es la visión de Deivin desde sus emociones y sus sentimientos de Piedecuesta y sus grietas, de Piedecuesta y sus esquinas. El libro es un collage de instantes donde está la mirada grávida o ingrávida de quien toma el pretexto de una ciudad y sus rincones para echar fuera la pelota de trapo que lo ahoga adentro y lo atormenta, y hoy sigo vomitando los números, patendo puertas del vigilante de la calle y maltrechando el impune inglés, para disparar su percepción de la mañana, con fraseo poético y narrativo, con vagabundos al instante, el circo ya está lleno y las calles ultrajadas, la mañana es víspera de otro día, el sol nos muestra lo verde que pueden ser las verduras y ese claro aullido de voces que encadenan la ciudad; por el centro las murallas caen de gritos, y las ventas por reventar, cada mañana será un aullido de voces en clemencia de un bienestar que se dará por el fruto de la vida.

Pasión Callejera, es eso: la ciudad en los ojos, y las entrañas de Deivin Salazar, agarrando, entre otros retazos del collage, la imagen del pueblo y la política mendaz, la gente remitía hacia ellos, los protagonistas esperaban el momento y la hora adecuada y dar a sus voces algo más que un discurso pleno, la nostalgia no era sincera ya que el escenario no pasaba de ser un espectáculo monótono...la leyanda continuaba, los soberanos eran dueños de las almas durmientes que nunca irpan a la contra, y la protesta y sus pancartas caerán con las voces deslumbradas que tímidamente no dejan de aullar en las noches de insimnio trascendental; mi ciudad al pie de la cuesta ha caído otra vez en las garras de la impune desgracia.

En definitiva, Pasión Callejera, es un libro con los olores de la ciudad, lejos de las pompas de la heráldica y los blasones, y el hablar engolado de su hidalguía que en otros textos muestran a una Piedecuesta con los calzones prestados. En el libro de Deivin, se respira la ciudad, en un discurso que no pretende la objetividad, porque el lirismo del autor, lo lleva a pergeñar frases desde los redaños, y ellos son sentimientos enjaulados