*Foto propia intervenida. Teatro Kussi Huayra (Piedecuesta). Los desvaríos del amor
Sé que no
habito en la alegría de los que celebran con champagne
el social
escalamiento (arribismo dice mi filósofo);
ni en el
glamour de la mujer que se baña en perfume de Lacoste o Chanel;
tampoco
estoy en el alma de aquel que saborea un Varela Sarrazanz,
con el
falso deleite de un somelier de caro restaurante;
ni en la de
aquel que comenta Madame Buterfly a su mujer con mendaz goce,
en un palco
sombrío de la ópera.
Nada de eso
soy, menos lector de un Cuáthemoc, Walter Rizo o Coelho, que venden libros como
si fueran chorizos
Soy de los
que se gozan a Fellini en un teatro de miseria,
si es que
estos teatros aún se salvan de la ruina,
y bebe el
vino más barato en la trastienda,
mientras
rasga una guitarra que el corazón arruga
y aniquila
el alma.
Soy de los
que leen a García Márquez sentado en la taza del baño de la casa;
a Borges al
lado de una tinaja de chicha fresca;
a Mariamercedes
en el alma anochecida de un bar malogrado por el tiempo,
donde ponen
boleros de Daniel Santos, salsa de Blades, Lavoe y Cheo Feliciano;
a Roca en
un viejo tiovivo con la cabeza repleta de cervezas.
Soy un
cantor de versos desportillados,
que no
olvida a Serrat, Sabina, Cabral, Silvio o Milanés en sus canciones;
soy el
recuerdo y el olvido,
un actor
perdido en la niebla de la escena,
un
enamorado de la vida,
cantándole
sus penas a la luna,
o ese
hombre feliz con cara de niño
cuando las
cometas hienden el viento