Cuando se levantó, !qué guayabo del putas¡, eran las diez de la mañana en el radio-reloj de la mesita de noche. Le dolía la cabeza como si miles de brocas le tenebraran el cerebro, voy a enloquecer. Fue al baño y se lavó la boca. Le sabía a cobre, !no joda¡, no vuelvo a tomar cerveza. Sintió el estómago vacío. A esa hora del sábado su mujer estaría haciendo el mercado de la semana. Tengo un hambre de náufrago, fue a la mesa del comedor, y su mujer le había dejado servido el desayuno de tostadas con harto jugo de naranja, y el periódico doblado sobre una de las sillas. Se echó a la boca una tostada, y la pasó con un trago largo de jugo que bebió directamente de la jarra. Desplegó el periódico sobre la mesa del comedor, y se quedó estupefacto cuando leyó la noticia de su propia muerte. Debo estar muerto, el hombre del periódico tenía su misma profesión, contador, y le gustaban como él, el fútbol y los crucigramas. Pero, lo que nunca llegó a saber del hombre del periódico, antes de que le diera la punzada en el pecho que le reventó el corazón en mil pedazos, es que ese hombre era su homónimo.
martes, 18 de junio de 2013
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