
Miro la piedra herida,
milenaria en su dolor;
angustia de los tiempos,
en sus intanglios y relieves,
por donde hoy caminan
enjambres de hormigas presurosas,
y el viento roza su piel lacerada
con el alivio de un beso.
Es la hora cuando el sol aprieta,
y el puma rodea la piedra,
buscando una sombra
que lo mitigue
del grueso del calor;
el puma ahora duerme,
y la piedra sueña,
altar de antiguos sacrificios
en la sangre que descuelga