No acababa de entrar el hombre del terno al bar, y
sentarse en la barra, cuando la mujer se sentó a su lado. Era una morena alta,
de pelo ensortijado, de ojos verdes que contrastaban con su piel. Él pidió un
ron en vaso grande, sin reparar en la mujer. Cuando terminó de bebérselo de un
solo golpe, fue que vio a la mujer y se quitó los lentes, "tiene mis
ojos", pensó ella, "tiene mis ojos" pensó él, y le brindó con la
galantería que lo caracterizaba, un ron. Ella, no lo rechazó, y no podía dar
crédito mientras se lo tomaba a sorbos, que ese hombre tan amable, fuera aquel
que su madre (a la que le gustaban las parrandas) conoció en una de las
casetas, bailaderos de salsa, cuando trajeron una noche a la Fania All Star,
cantando Héctor Lavoe, la canción aquella de "ella va triste y vacía/ llorando una
traición con amargura /por aquel que le decía/ que era su amor y su
locura" , canción premonitoria de la que sería en adelante su desgracia:
se enamoraría locamente de ese hombre al que en sus noches de borrachera y
despecho, llamaba "mi gatico ojos
de mar, por qué me dejaste como un barco a la deriva" y se echaba a llorar
como una Magdalena inconsolable, y le contaba, "hija, aún no habías
nacido, estaba embarazada de él, venías en camino, y ya se había bebido y gastado
en las mujeres más bellas de Alto Prado de Barranquilla- putas al fin-, la
mitad de mi fortuna. Y cuando te tuve, ni siquiera se dignó visitarme en la
clínica. Prefirió jugarse los restos de las tarjetas de crédito que no alcancé
a cancelarlas, en los putiaderos de la Zona Murillo, y así como llegó a
mi vida, anónimo y sin patria, se largó, dejándome con esta pena de quererlo
que no se acaba."
Recordaba la mujer, y era lo que más le dolía, que
su madre había tratado de suicidarse con barbitúricos que, un médico amigo le
proporcionaba para paliar la pena por el abandono, en que la había dejado su gatito
ojos de mar. Entonces le entró el encono de nuevo por ese hombre que tenía
al frente, y que debía ser su padre. Así, que le soltó la pregunta,
-¿Vivió con María Fernanda Troncoso, hace como 18
años, en Barranquilla ?- Al hombre del terno blanco le cambió el color de los
ojos, y ella, lo vio viejo, disminuido, cuando le confirmó en un susurro, que
sí era el que había vivido con su madre. Entonces, apretó la pistola que
llevaba en la pretina de su bluyín. Pero el hombre era un despojo. Sembrado ahí
en la silla de la barra, como si el recuerdo lo hubiera envejecido más, y
puesto en un desamparo, del cual intuía que ya no le quedaba sino la muerte; y
ella sintió un estremecimiento interior fuerte al ver la figura del hombre,
transformada en un guiñapo. Y no tuvo más remedio que levantarse y caminar
hacia la puerta, mientras él le preguntaba:
- ¿Y quién es usted ? -
-Su hija ¡enfatizó¡ He recorrido el mundo entero,
buscándolo para matarlo y ahora, no puedo