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jueves, 30 de abril de 2020

besos de incienso






*Foto intervenida

Desde mi atalaya 
apenas se viene la noche,
observo La calle del farol,
y la iglesia alzada en piedra roja,
como un asombro de la noche,
con su hamaca de estrellas
agarrada de las puntas 
de sus cónicas torres,
mientras 
pegados a la sombra de sus paredes 
se arrullan  los amantes,
burlando la cuarentena.
Las campanas están calladas,
-mordaza de bronces- de estos tiempos
donde más puede el silencio.
Pero me viene a la memoria
el tañido bronco del metal 
de otros tiempos
llamando a misa de seis.
Aún tengo en los labios,
esos besos con sabor a sahumerio,
cuando buscábamos los confesionarios,
y ella me ofrecía su boca púber
cántaro de húmeda saliva,
en el fragor del sahumerio,
inundando con su humo
las naves de la iglesia,
y el sacristán nos descubría
en un siempre largo beso, 

beso largo,
que no lo sentíamos como pecado,
y él nunca  nos decía nada,
como un cómplice 
que quizás también tuvo un amor
entre  el humo y el incienso

martes, 21 de abril de 2020

Cuentos de pandemia: bolero para una saga de amor

 · 



*Foto de internet intervenida


"Para que me sirve el alma /si la tengo ya amargada /si su vida idolatrada,/ por traiciones la deje...", el viejo bolero de Los Panchos suena como un eco interminable en el minicomponente. Y un frío helado, que entra por la ventana abierta y sin cortinas, se queda en el adusto piso, como una escarapela incómoda, pero al hombre, sentado en la mitad del cuarto en una silla roñosa, y con un revólver empretinado, parece no molestarle. Bebe como náufrago, a pico de botella, un aguardiente aniquilante, lo llaman "mataburros". Cuando el minicomponente, deja escuchar "para que sirve ser bueno,/ si se ríen en tu cara, /que me lleve la corriente, /que me lleve la corriente, /atrás no regresaré", el hombre como un resorte, se saca el revólver de la pretina, y aprieta el cañón contra su sien. La mancha roja en el piso, nunca la pudieron borrar.



miércoles, 15 de abril de 2020

De silencios y besos










*Foto propia



La casa se ha cerrado 
en una concha de silencios,
que enmudece el ruido de las cosas al caer,
cuando viene la noche,
después de los soles desnudos
descargando sus hervores de luz
en el patio,
donde aún la fuente respira vida
en los cientos de pájaros  picoteando 
el agua a libertad,
sin el espanto de los pasos
de otras veces de otros días.
Desde el zaguán, 
en esta soledad de presencias,
cuando la palabra se atasca, 
se hace un nudo en la garganta,
algo queda:
ver cómo espigan los geranios,
en los tiestos de barro
y la alegría de las begonias 
extendida en los maceteros 
por la brisa de la tarde. 
En la noche desbordando las ventanas
vuelan los suspiros,
y los besos se juntan
conjurando el miedo,
la angustia 
el espanto de esta soledad
sin estar solo:
es que más pueden la vida 
y el beso