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domingo, 23 de agosto de 2020

Bajo el almendro




*Foto intervenida



Siempre había pensado que tendría que esperarla bajo el palo de almendro que franqueaba la entrada a la casa. Ella vendría por él. En los veranos el almendro hacía sombra grata, y refrescaba en esas horas de la tarde, cuando las chicharras se reventaban de cantar, en las ramas del almendro, porque el calor era insoportable. Había sido leñatero de los barcos a vapor que hace muchos años, circulaban por el río Magdalena.

En Barranquilla, cuando Puerto Colombia, no era ese lugar moribundo de e hoy, tuvo un amor, una morena sanandresana que vino con su padre a curramba a los carnavales, y se quedó en los ojos de él, y él en los de ella. El avatar los separó. Ella se cansó de vivir con él. Se fue con el primer gringo aventurero que se apareció por Barranquilla. Le dolió. Hubiera preferido que se fuera con otro, que no fuera el gringo, porque él había sido de los fundadores de la troco, cuando se aventuraron las primeras compañías petroleras, río abajo, y nació el sindicato, que tuvo que vérselas con las compañías gringas que tenían a los obreros trabajando más de ocho horas diarias. 


Fue amigo de María Cano la líder sindical, y la acompañó en varias plazas, pero más pudo su espíritu trashumante, y se vino al interior del país, Magdalena arriba, a recalar en una casa solariega de San Gil, enclavada en la cordillera oriental, donde conoció, el gran amor de su vida, por los lados de Montebrujas , en una fiesta del Corpus. Uno de esos matachines, vestido de diablo, perseguía a las mujeres dando golpes con una vejiga de res. Ella, corrió buscando refugio y tropezó con él, que estaba parado en la puerta de una cantina, observando el barullo, y ella, “disculpe usted señor”; y él, “¡eche no tengas cuidado.” Y sintió ese vaho del perfume de ella, y las ganas de besarla, que nunca había sentido con tanto furor por mujer alguna.

Ahora estaba sentado en el taburete de vaqueta, que arrimaba al almendro, en una duermevela al calor de los recuerdos. Se hacía ya oscuro, y la brisa, le trajo el perfume de ella, y se acordó del primer beso, una noche cuando hacía luna, y ella salía de misa de seis, de la catedral. Él la acompañó por la Calle del Caracol, más arriba de la casa arzobispal, y antes de que ella entrara a su casa, se miraron y se besaron como siempre lo habían deseado.

Por lo mañana, los vecinos lo encontraron, recostado en el taburete, sin vida, con la sonrisa plácida, los ojos dulcificados, y la mirada arriba del almendro, como si alguien que conociera lo estuviera llamando· 

jueves, 13 de agosto de 2020

De rebeldías y nostalgias

 







Brassens, y La mala reputación,

me desbordan el alma.

Canto a Brassens mientras me bebo un "amarillo",

y la guitarra en un lamento de cuerdas se desgarra


(…Yo no pienso pues hacer ningún daño
Queriendo vivir fuera del rebaño;
No, a la gente no le gusta que
Uno tenga su propia fe…)* 


A pesar del tiempo, y las horas que pasan

fuerza y rebeldía en la esperanza se juntan

El mundo espera todavía la utopía

Más cuando es un ojo

que sangra en medio de la noche,

un beso que sabe a lágrima salobre

una fosa siempre abierta

que no para de recibir sus muertos

Amor, 

bebamos a la complicidad de los dos, 

y con el poema de Benedetti,

 peleemos la vida por todos sus costados, 

que "en la calle codo a codo
somos mucho más que dos"*

 

* La mala reputación. De Georges Brasssens

* Verso de Te quiero de Mario Benedetti

 

domingo, 2 de agosto de 2020

La hora de las moscas













No había pájaros
menos nidos
solo una mueca de
dolor,
el dolor de la herida
grieta abierta
adentro del alma
sangrante
como un ojo derretido.
El silencio oraba
en el bisbiseo de las moscas
y las bocas
sin labios
perdieron la noción del beso.
Y los brazos cercenados
la razón del afecto
y el abrazo.
Bisbisean las moscas
el silencio
en la hora de los muertos
insepultos.



* A esos muertos de las masacres que vuelven a mi país

*Ilustración propia