
La casa solariega
erosionada en el tiempo,
cargada de recuerdos:
el bolero tu me acostumbraste
a todas esas cosas, sonando
en el picó en la sala de los gobelinos,
los cuerpos repegados
y la piel reventando
adentro de las ropas
de deseo.
En el segundo piso,
mientras las termitas horadan las maderas,
se escuchan
aún los !ayes¡
del amor que terminó en tragedia;
y el paso de los años,
no ha podido borrar aún
las aguadas -mural de sangre-
escarchadas en la pared blanca,
para que no pueda el olvido.