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viernes, 6 de febrero de 2009

LA CASA




Por el camino polvoriento,
voy,
mi carcaj cargado de memorias y aventuras.
Cruza en bajo vuelo,
el guañuz su sombra negra,
el sendero de mi retorno,
y en el aire detenido
el calor se hace una hoguera.
Vengo desandando las rutas de los mares,
en veleros de gavias desteñidas
por el sol,
la sal,
el yodo,
y el olvido.
He bajado en puertos,
-recuerdo de mujeres
odorosas a canela-
a donde la muerte
acechaba entre sus piernas
- lunas congeladas-
de traición y de perfidia.
He parado en el lugar
donde los niños mataban el hambre
con sopas papel,
y hoy toman de la mesa,
hogazas de pan:
han tumbado la estatua del tirano.
La casa está cerca,
el camino se abre
a sus anchuras,
olfateo sus ladrillos cocidos
como el pan candeal
en hornos de amor a la arcilla.
Su puerta de roble ennoblecido
en el riñón de la montaña,
los ventanales viendo el cielo,
y el sendero,
que es mirar al mundo.
Adentro sus cuartos y pasillos
espaciosos ,
preñados de un pasado de leyenda
-patasola y madremonte-
contado por abuelos bravos
descuajadores de peñas
y montañas.
¿A dónde la prima,
- despuntaban sus pechos-
que me dio el primer beso,
y se fue sin decirme nada?
¿A dónde el viejo aquel,
-hablaba con los árboles-
que me enseñó a guardar sus esencias,
fragancia de mis primeros amores?
A dónde la mujer,
-mariposa desnuda revoloteando
en los cuartos de los hombres
mayores-
que satisfizo en su cuerpo perfecto,
mis primeras ansiedades?
He terminado la jornada,
y ahí está la casa...
pero...
¿qué se hizo
aquella la imponente
alzada al sol,
y a la rosa de lo vientos
como un barco guerrero
que navega en tierra,
y no este triste muñón,
donde la hiedra y el abandono
manchan de negro los recuerdos