
La noche es una herida.
Sangra en la hoz de la menguada luna
que desgarra el canto de las lechuzas,
y degüella en el patíbulo de las ceibas,
la garganta de grillos enloquecidos.
Un viento helado galopa en el doble filo
de cuchillos que congelan el miedo en la piel.
Por eso,
un silencio de piedra se hace señor de los recintos,
las hojas de los almendros tiemblan dóciles
con el vaho de brisa ,
y el mirto desprende un olor fúnebre,
que se queda en la piel,
hostil y persistente.
Corre la tensión,
y una angustia que no tiene sosiego,
a la espera del balazo,
que agriete la noche,
con el primer !ay! de muerte.