*Foto intervenida de internet
Siempre habrá una Maga,
como la de Rayuela en nosotros.
La veremos un día
despistada,
con el pelo rebelde en la cara,
caminando por una calle náufraga de
señales,
y nos iremos tras ella,
conversando de lo fresca que está la tarde
(ayer el calor era insoportable),
(ayer el calor era insoportable),
y sabremos que vive en un apartamento
amenazando ruina;
amenazando ruina;
pondrá unos discos del gran Satchmo,
en un equipo de aguja,
nos hablará de El perseguidor de
Cortázar,
y entrada la noche,
ella preparará un café,
mientras parlotea de un
rincón de la ciudad
donde los pájaros mueren contra los ventanales,
entonces
nos daremos un beso,
y seremos ya,
parte de su juego,
ese juego interminable de
jugar a reencontrarnos
en la excusa del azar
en la excusa del azar
o la coincidencia,
por esos
lugares que ella demarca como suyos,
productos de su amor por la ciudad,
porque
más ha podido esa manera silvestre,
natural
y salvaje de amarnos:
ella
desandando nuestros pasos,
nosotros los de ella
por la gran ciudad