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sábado, 28 de agosto de 2010

Cardos y espinos


Hay una nata de silencio,

una mudez en los objetos,

en esta hora de los olvidos,

que hiere la piel con insania

de cardos y espinos.

Dolor que no entraña la sangre

de los otros deslavazándose río abajo,

o regando los riñones del monte,

allí donde el mastranto, el samán,

el matarratón o la guayaba cimarrona,

echan raices, en el fondo de las fosas.

Hasta las bocas antes

habladantinosas,

han puesto cerradura a las palabras.

Es que las muertes han sido tantas,

juntando herida tras tras herida,

que se secó el dolor,

las lágrimas se volvieron piedras,

y la memoria olvido.

Por eso los ayes de los agonizantes,

son golpes secos en oidos sordos,

y a nadie le importan las falcadas

y puñales,

abriendo surcos de muerte

en la piel de los vivos.