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jueves, 13 de agosto de 2009

A propósito de un reconocimiento cultural, crónica de una angustia por escribir


Siempre lo he confesado sin rubores: el Nadaísmo me salvó para la cordura y la locura de escribir. Antes de él no leía, menos garrapateaba un verso trasnochado que mandarle a algún amor subterráneo, que tanto abundaba por aquellos tiempos de nostalgia. Y más, me sedujeron su corrosivo humor, y la iconoclastia de Pablus Gallinazus, de éstas tierras "garroteras", que con su novela La pequeña hermana, estrenó el concurso de novela nacional nadaísta, apuntándole al primer puesto, y al recococimiento popular que vendría después con su canciones testimoniales y de protesta, Principito gamincito, La mula revolucionaria, Una flor para mascar, Silvestre Garabito. Vino a Piedecuesta, y su verbo puso dinamita en las instituciones de tradición de la política, la religión, y el mismo Estado, amarrado a un plebiscito de cogobierno por dieciseis años de los partidos históricos, mientras la democracia se quedaba hecha una mierda, y los nuevos partidos sin oficio, porque por un mandato constitucional, tenían que esperarse tres lustros y un año, para presentarse como opción de poder.
Hoy no soy nadaísta, soy yo, no lo creo sino lo siento, con mis convicciones a cuestas, y mis sueños agarrados de las utopías. Pero el nadaísmo, negarlo sería como desconocer que abordamos el onanismo, anidó en mi cabeza huevos de pensamiento, despertó el imaginario, y me puso en el camino de la lectura sin pausa ni fatiga, y la ansiedad de montarle grafías a los deseos y la razón. Y entendí, por aquellos tiempos, donde aún no fatigaba a Paulo Freyre, que leer era escribir. Y a entender el mundo desde la dialéctica y el existencialismo. La dura brega del hombre por ser, y la negación del otro, desde el poder, de su derecho ético al sueño del mundo con pan en la mesa para todos. Fueron apareciendo los primeros textos, trazos elementales de teatro, cocinados en la burda pancarta, pero después, una muestra -con el juego de los versos y la narrativa corta- de textos dramáticos depurándose de lo panfletario, y horneados para una dramaturgia política y social menos contestaria: Alambrada, La casona, Réplica, textos para los viejos tiempos del teatro El Tablón.
Del teatro a la narrativa, y de ésta como un canguro rebotando a la poesía, al periodismo, a la crítica literaria y cinematográfica en periódicos que terminaba llevándoselos el viento, El Bumangués, Avance juvenil. De tal caldo habría de venir la primera satisfacción, el libro de cuentos, Ha llegado la hora, segundo premio Concurso Nacional de cuento 30 años UIS. Distinción en metálico y la publicación de mil ejemplares, para canjear entre universidades, y doscientos libros para mí. Tiempos aquellos, andaba jodido, con los bolsillos rotos y el premio me puso a saltar en un pie. Ahora, sabía que los cuentos que escribía no eran puro cuento, y pude por lo menos comer pollo, pues por aquellos tiempos comer pollo era como pagarse una noche en el Hotel Hilton o el Tequendama de Bogotá.
Más tarde, a cuatro manos con el crítico Álvaro Ramírez Ortiz, publicamos un homenaje al teatro La Candelaria, y en especial al maestro Santiago García, una entrevista suya, y un ensayo mío sobre el Nuevo teatro colombiano, en La Canderia identidad nacional... dramaturgia nacional. Más tarde públicaría, La Sombra de la máscara, cuentos para mamarle gallo a los héroes de las tiras cómicas y del cine americano: Tarzán, Batman y Robin, Supermán, Rambo, cuentos un tanto undergroond,. y vendría luego, otra de las aspiraciones en el campo de la narrativa, explorar la novela, y se públicó, gracias a la gestión del Alcalde, Miguel Ángel Santos, La saga del último de los duros.
Después, otra de las satisfacciones literarias: primer finalista, del Primer Concurso Metropolitano de Poesía "Gustavo Cote Uribe", organizado por el Instituto de Cultura de Bucaramanga, junto a la de publicar con los poetas Óscar delgado, Juan remolina, y Mariela Basto, de nuestra tertulia Tras las huellas del poema, el poemario colectivo, Páginas de arena. Y, finalmente unos cuentos que tenía atravesados como una espina de pescado en la garganta sobre las fosas comunes, los desplazados y desaparecidos en Colombia, La angustia de las almas en pena, publicados en diciembre del año pasado. Creo que a esto se deba, el reconocimiento que los rectores de la cultura en Piedecuesta, el maestro, Henry Orbegozo, el Licenciado Edgar Bohórquez, y la doctora Elvinia de Valero, dicidieron otorgarme, junto a otros valores de la cultura local, Holguer Alfredo Cruz, Reynaldo Cristancho y Carmen Cecilia Díaz, con motivo de la celebración de las fiestas de aniversario de esta Villa de San Carlos al pie de la cuesta.