La niña aferró la muñeca contra su pecho, protegiéndola, cuando escuchó la sirena que anunciaba el bombardeo. A la muñeca la encontraron. De la niña no se sabe.
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La niña aferró la muñeca contra su pecho, protegiéndola, cuando escuchó la sirena que anunciaba el bombardeo. A la muñeca la encontraron. De la niña no se sabe.
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Miro las
cabriolas del tiempo,
andando y
desandando
y se
instala en el pasado,
en algún
mueble que aún no
condenamos
al cuarto de rebrujo;
en la
ventana donde se apostaba ella,
para el
furtivo beso.
En la casa
vieja de cuartos espaciosos,
donde
alguna vez,
nos desnudamos y urgidos de deseo,
supimos por primera vez del amor venéreo.
Foto
propia. Piedecuesta, La Sinfonía
Ha llovido todo el día en San Andrés,
isla del caribe colombiano.
Cuando hay sol, este se junta
con un mar de siete colores,
y en las playas brilla una fina arena amarilla,
como si se la hubieran robado al mismo oro.
Es el paraiso.
En San Andrés no se siente tristeza alguna
bajo cualquier circunstancia del clima,
por eso la gente se junta en sus casas
a hablar de la vida,
con el mismo sentimiento de un carnaval
mientras llueve.
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