Es sábado ocho de diciembre. Noche con luna y lucero, mientras un gato maulla en el tejado, porque su gata lo ha plantado. El reloj del parque La Libertad de Piedecuesta, da diez campanadas, mientras las luces de las velas tiemblan sobre las mesas del bar Kussy-Huayra. La gente arracimada entre las mesas, e íntima del hombre de la Tigra, mientras se aparece en escena, calienta motores con cerveliona o un wyscacho. Hay calor humano para este nuevo convite con la canciones de Velandia, ese que ha sabido ponerle vestido nuevo a la música de la entraña, y lo mejor hacerla gustar, porque quién no se sabe El sietemanes, que mitifica a Conejo, el creador de las telas, pintor en huida, hacia las venezuelas, como dice una tía, para matar una pena de amor.
Ahí en Kussy-Huayra, el sarao de la noche de las velitas , fue un acto de fe en la música de Velandia. Coreando sus rasqas. Noche mágica, cuando se aparece un ángel de la danza, Sonia la hija de Sonia Casadiego (la grande), la que abrió el camino a la danza seria, no la de entretenimiento, en Santander. Venía a compartir las canciones de Edson, su amigo entrañable.
Más tarde, al calor de los tragos, el hombre de la Tigra, fue invitando a caros amigos de la música, la literatura y el teatro, para que fueran a tarima a estrechar la amistad con poemas y canciones. Oscar Delgado, desempacó su arsenal poético; quien esto escribe, recordó en canciones al desaparecido mayito, el hermano entrañable, que Las González (CLara, Rocío, Magda, y Amparo, diosas tutelares de Kussy-Huayra), no pueden echar en el olvido. Freddy Chona, nos atrapó con canciones de Fito Páez. Faltó su saxo. Por eso, es que Kussy-Huayra no muere: es un bar para sentirse bien.
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