Recuerda que conoció a la mujer, meses antes de que la vereda se volviera un infierno. Aún los cadáveres no bajaban por el turbio río con toda una suerte de gallinazos encimados, sacándoles las tripas. Había venido como maestra temporal, porque la oficial estaba en licencia de maternidad. Supo que no le era indiferente, aquella tarde cuando se acercó a la escuela para reparar las vigas del techo que estaban que se venían al suelo, vencidas por el agua que filtraban cientos de goteras, y la implacable y demoledora tarea del comején. Ella, alzando el brazo le señaló las vigas enmohecidas de hongos, y abiertas por la acción de la polilla que amenazaban con escurrir el techo de cañabrava revestido de cagajón. Quedó de venir al otro día, madrugadito, pues a vista de buen cubero, ya había hecho cálculos de los estragos del agua y el comején en el techo. Por la madera no había que preocuparse, pues en el aserradero de su propiedad, tenía una reserva de palos propios de entechar. Ella, que se quedaba en la escuela pues tenía dormitorio para la maestra y cocina, le preguntó si le apetecía café o limonada. Él - un tanto azorado - le respondió que no se molestara. Ella con una sonrisa que parecía nunca separarse de sus labios y su boca, le dijo que no era molestia y dio vuelta, camino de la cocina, con un giro tan bello y natural, que le produjo cosquillitas en el estómago.
Los días que estuvo trepado en el tejado, cambiando las maderas podridas, y poniendo tejas seguras, para que el agua no volviera a poner en peligro la estabilidad del techo, ella tuvo que hacer clase en uno de los pasillos, y él veía desde lo alto cómo de vez en cuando la mujer levantaba una mirada de angustia a donde él estaba, temiendo que de pronto resbalara por una de las aguas del empinado tejado y se rompiera los huesos y el alma. En esos días sintió que Sombra lo quería, con el mismo ardor conque él había empezado también a quererla.
Después, una tarde de viento y sol, Sombra se apareció por el aserradero, y sin mediar palabra alguna se abrazaron, y se reventaron los labios de tanto besarse. Luego se tendieron en la cáscara seca y la viruta que dejaba en el suelo la madera cepillada, desnudándose a medias por la ansiedad de hacer el amor. Otros días metidos en el río desnudos, Sombra sentía cómo Peregrino la penetraba con su sexo urgido, tibio y placentero, cuando descargaba su furia viscosa, haciéndola perder la noción del tiempo y el espacio.
Acordaron ir a vivir juntos, por lo pronto; luego habría tiempo para pensar en casarse. Sombra juró no volver a la ciudad. Ya no le importaba. Allá nada la ataba . Se sentía mejor en el campo, ahora que había conocido a Peregrino, y tenían el sueño igual de tener hijos. Pero, la felicidad no la venden completa, y sobre la vereda se desgajó la tormenta, primero con los pasquines amenazando de muerte a la gente para que se largara bien lejos y dejara la tierra. Como no hicieron caso( nadie quería irse irse), los pasquines volvieron con la amenza de incendiar ranchos, y matar gente sin piedad, y aparecieron los hombres embozados con ropa de camuflado, disparando al bulto, y metiéndole candela a todo lo que tuviera paredes y techo. De la escuela sólo quedaron las cenizas. Dicen que Sombra, para salvarse de la plomacera y la quemazón, corrió sin pausa ni fatiga a la parte de atrás de la escuela, donde los niños habían levantado la huerta, y como alma que lleva el diablo, cogió por el sendero que lleva al río. Del aserradero tampoco queda ni el recuerdo, dicen los que regresaron a la vereda con la esperanza de rehacer la vida, pero no pudieron, porque la tierra ya tenía dueño: los gringos que parcelaron para cultivar oleaginosas.
Peregrino, que la noche de los plomazos, en la huída, apenas alcanzó a llevarse lo puesto, ahora es como su nombre: un peregrino tras las huellas de Sombra. En su errancia ha conocido todos albegues de desplazados del país, buscando dar con el paredero de Sombra. Les ha dado tantas veces la vuelta a los albegues, en su errancia de noria, que ha perdido la cuenta.
Sombra sólo lo tenía a él, cuando se enamoraron. Huérfana en la ciudad, había quedado al cuidado de un tío que apenas ganaba con su tiendita de barrio, para sostenerse medianamente los dos. A los pocos días de haberse ido para la vereda , el tío murió de un enfisema pulmonar. Sombra no tenía suficiente dinero para enterrarlo, por lo que Peregrino, le construyó un cajón de arrayán, para al menos hacerle un entierro decente, y le dio algunos pesos, para los gastos del cura y la misa.
Ahora el Peregrino transhumante, tiene la certeza de que Sombra está viva. Siente en el aire su presencia por eso no admite que está muerta. Él la olfatea en ese olor a mastranto que denunciaba su presencia, cvuiando iba a visitarlo al aserradero, y hacían el amor con tanta rabia, como si el mundo se les fuera acabar. En el campo aprendió a reconocer en la distancia a las personas por su olor. Ahora que ha llegado a esta ciudad tan grande, con tantos carros apiñados en las calles, que no les queda espacio para rodar rápidamente,y de edificios tan altos que tapan la visión de las montañas, su olfato le dice que Sombra vive en esta ciudad fría y oscura. Con su maleta de cuero camina la ciudad tras el rastro de Sombra. Olfatea y en medio del humo espeso que exhalan los exhostos de los carros, desentraña el olor a mastranto de la piel de Sombra. Se hace noche. Peregrino va por una avenida larga de bares y tabernas bulliciosos. Sabe que Sombra está cerca, porque el olor a mastranto se hace fuerte. Espera en la parada del bus. La primera que se baja es una mujer con una sonrisa que pareciera nunca separarse de sus labios y su boca. Peregrino la ve, y sabe que es Sombra: huele al inconfundible mastranto. El corazón se levuelve saltos. La mujer va justo al edificio que está frente a la parada. Peregrino la sigue. Cuando la mujer abre la puerta, Peregrino la toma del brazo y le pregunta:
- Eres Sombra, cierto?-
La mujer, se zafa , y le responde con voz pedregosa, mientras por sus mejillas ruedan dos lágrimas:
-No, señor. Se ha equivocado.
Peregrino queda perplejo. Instintivamente levanta la mirada, y observa el aviso luminoso que identifica el edificio al que entró la mujer: Motel, La casita del placer. En el segundo piso se enciende la luz de uno de los cuartos que están a oscuras, y a Peregrino le llegan las tufaradas inconfundibles de mastranto fermentadas por el sexo, de cuando en las tardes en el aserradero hacía el amor con Sombra.
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