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viernes, 23 de noviembre de 2007

La foto de Frank

Lo conoció una noche que salía de la universidad. Había tenido un previo con el doctor Rivera, impecable magistrado de la corte, y riguroso profesor de penal. Sus previos eran un quebradero de cabeza. No preguntaba nada de teoría. El derecho opera en un contexto de realidad, luego hay que ser pragmáticos, y aprender penal desde el mundo, decía siempre, antes de repartir los cuestionarios con casos para resolver, entre los asustados estudiantes, mientras se atusaba unos bigotes largos y entorchados como los del pintor Salvador Dalí.

Eran justo las ocho de la noche, cuando terminó el previo. Estaba exhausta, y le dolía la cabeza de las tantas vueltas que le dio para resolverlos, a los casos que le correspondieron de delitos contra personas y bienes protegidos por el derecho internacional humanitario. Bajó dos cuadras del cerro de bosques de pinos, donde estaba la universidad, al sur, hasta la avenida, y se paró a esperar un taxi, frente al barcito esquinero de ventanales que daban a la avenida, llamado El Rincón de baco, pero que los estudiantes, por el permanente olor a orines fermentados que expedían los orinales, dieron en llamar El berrinche, y así se quedó. Le empezaba a llegar del bar, el olor espeso a meado, cuando escuchó que alguien la llamaba de adentro. Volteó a mirar, y vio en la puerta del bar a Juaco, que estudiaba derecho con ella, y esa tarde no había ido. JUanco se le acercó. Qué tal el previo de penal ? Amelia buscó frases en su mente que expresaran lo complicado que había estado el previo. Estuvo tenaz. Duro, durísimo como todos los previos de Rivera, y arrugo el ceño. Un viento helado empezó a correr por la avenida. Juaco, prendió un cigarrillo, le dio varias chupadas, y del mismo le dio a fumar a Amelia. El marica del Rivera como es magistrado de la corte, cree que sus estudiantes deben estar a su altura, y por eso hace esos previos tan jodidos. Amelia le pasó el cigarrillo. El frío se hizo más intenso con un aire fuerte, que fue formando remolinos de papeles y polvo hurgado de los escombros dejados sobre el andén, dos casas más adelante del bar. Juanco invitó a Amelia al bar, a tomar algo que los calentara. Adentro, en la barra, Amelia pidió un aguardiente. Juanco se extrañó de que bebiera aguardiente. Siempre había tenido la idea de que a las mujeres les gustaba más el vino o una bebida menos fuerte. Se lo dijo a Amelia. Ella le echó dos chupadas al cigarrillo de Juanco, y se lo regresó. En Santander se bebe aguardiente como agua, Juanco, y apuró la copa hasta el fondo, sin hacer el mínimo gesto. Él la miraba de soslayo, entre sorbo y sorbo de la cerveza enlatada que había pedido. Sintió una presión en el bajo vientre. Tenía ganas de orinar. Voy al baño, ya vuelvo, y le dejó el cigarillo , que más que cigarrillo, era ya una colilla. Amelia le echó una mirada al bar, y observó con extrañeza, que siendo viernes el bar no estuviera lleno. Entre el ronroneo de cucarrones de las voces de los clientes que ya se aninaban al calor de las cervezas, de la rocola a media voz se escuchaba a Andrés cepeda, voy a cambiarle la fachada a mis casa/ pues no me gusta verla triste y agrietada/ sé que es muy grande y que talvez/me tome tiempo verla bien/voy a pintarla de color verde esperanza. Amelia, se sentía desolada, cuando escuchaba esa canción. A sus veintidós años, se sentía vieja. Le parecía que había vivido mucho, a su edad un peso la ahogaba, pero no sabía precisarlo. La vida no le había sido hostil, reflexionaba. Terminó el bachillerato temprano, y enganchó inmediatamente, en la empresa de comunicaciones donde trabajaba su padre. Por un convenio, la empresa le dio la oportunidad de estudiar en una universidad privada, como lo estaba haciendo. No podía, entonces estar desagradecida con la vida, pero sentía, de todos modos, que algo le faltaba. Le echó la última chupada a la colilla que ya le quemaba los dedos, y se percató que a sus veintidós años no había tenido un novio de verdad. En el colegio donde hizo el bachillerato -llevaba el nombre de un político al que había asesinado el narcotráfico: Luis Carlos Galán, que quedaba por los lados de la ciudad vieja- tuvo compañeros que la molestaban, pero nunca llegaron a nada, un agarrón de manos, un beso robado al menos. En la universidad los compañeros si no tenían su pareja, eran casados. Y, con Juanco, ni modo. Vivían en el mismo barrio, pero tenía un niño de cinco años, con una pelada que estudiaba en el Sena. Iba a pedir otro aguardiente, cuando sintió que alguien tomaba el asiento de Juanco en la barra. Era un tipo alto, pelo cortado al rapé, de esos morenos tostados por el sol, formido. Velaba sus ojos con finas gafas oscuras. Tenía chaqueta de cuero azul . Ella con dejo amable, el puesto lo ocupa un amigo. El tipo de las gafas y la chaqueta azul, qué pena, no quería molestar. Pero dejeme invitarla. Miró a uno de los muchachos que atendía la barra. A la niña dele lo que quiera. A mi un wysky, sin hielo. Amelia se llevaba a la boca la segunda copa de agurdiente, cuando apareció Juanco. Contestaba una llamada en su celular. La dejo, pelada. El niño se me enfermó, y tengo que salir corriendo. Le dio un beso en la mejilla, y se abrío paso entre las mesas del bar. El de la chaqueta, pidió otro wysky. Su novio?. No, un amigo de la universidad y del barrio, y chupó Amelia un tajo de limón para pasar el trago. El de la chaqueta, me llamo Frank Frank, y ella sintió su mano fuerta y grande, apretando la suya, como una tenaza, y le vió en el dorso, el tatuaje de una araña. Amelia, se sintió turbada porque no le soltaba la mano. Ella hizo un esfuerzo, y él aflojó, de tal manera que la mano se fue deslizando, así lo sintió, como el jabón cuando se le resbalaba de las manos. Pidió otro aguardiente, y lo apuró como si bebiera agua. Algo le molestaba del hombre de la chaqueta. Usted tiene hermanos? Tenía uno, se escuchó la voz de ella lánguida, lo mataron. Gracias por la invitación, pero tengo que irme ya. Frank se rascó la cabeza, mañana es sábado.Ella se quedó mirándolo, sí es sábado, pero tengo un previo atrasado, es de civil, y el profesor dio plazo hasta mañana para ponerse al día. Ella tomó los libros que traía, y se dispidió de nuevo haciendo un breve gesto con la mano derecha que le quedaba libre. Espero volverla a ver, sonó áspera la voz de Frank. Ya veremos, respondió Amelia emprendiendo el camino hacia la puerta. Cuando paraba un taxi, FRank estaba detrás suyo. Se le olvidó el bolso. Ella lo tomó, qué cabeza la mía. No sabe cuánto se lo agredezco, y se subió al taxi.


Tres semanas después volvió a verlo. Estaba en una de las salitas de cine del Centro Comercial Ciudadela del Marqués, esperando a que empezara la función de estreno de El amor en los tiempos del cólera, basada en la novela del Nóbel colombiano, dirigida por inglés Mike Newel, cuando alguien que le pareció conocido se sentó a su lado. Era Frank. Coincidencia o me está usted siguiendo, se dejó oir la voz de Amelia, en un talante sarcástico. El hombre se quitó las gafas, me lo dice en broma o en serio, y a pesar de la penumbra, ella descubrió sus ojos azules, que hacían juego con su piel tostada. Le pareció más atractivo que cuando lo conoció en el bar, y sintió como cosquillistas en el estómago, es que me está gustando, pensó para sus adentros. El la miraba de reojo, no me ha respondido,¿ me lo dice en broma o en serio si encontrarnos hoy, no fue tan circunstancial ? Amelia no quiso responderle, porque la figura de Florentino Ariza, el protagonista de la saga de amor de la novela de García Márquez, rondaba en la pantalla por la Cartagena colonial, repartiendo telegramas. Ella, no supo en qué momento, Frank se levantó y trajo gaseosa y crispeta. Se sintió halagada por el detalle. Un gracias, salió de su boca con hálito de suspiro. Él supo, entonces que había logrado minar la resistencia de Amelia, cuando en la película desde el balcón interior de su casa, Fermina le juraba a Florentino, que se casaría con él. En el transcurso de la película, intentó tomarle, en varias ocasiones, la mano a Amelia, de manera distraída, pero el hecho de sufrir la vergüenza de ser rechazado lo contuvo.

Ya estaba oscuro, cuando salieron del cine. Había empezado a caer una llovizna acompañada de un viento glacial. Amelia se puso la chaqueta del yin, que se había quitado, adentro del teatro. Vamos por ahí, a mirar vitrinas, mientras pasa la lluvia, y caminó ella, hacia una vidriera, donde una modelo exhibía ropa exclusiva de la tienda. Miraron un rato, hasta que él se cansó, vamos a comer algo. Tengo las tripas pegadas al espinazo. A ella, le causó risa la frase, no exagere, y fueron al ala izquierda del piso donde estaban, en busca de la sección de comidas del centro comercial. Ella eligió comida mejicana. Le encantaban los tacos. Él se fue por la comida italiana: lasagña. Más tarde, ganaron la calle. Caían apenas unas briznas de agua, pero el frío picaba la piel. Ella, en la parada recostó la cabeza en el hombro e de él. Entonces, Frank se atrevió y le pasó el brazo derecho por la cintura. Hace frío, atinó a decir. Entonces la besó. Ella se dejó llevar. Hacía rato que esperaba este momento. Estuvieron abrazados, besándose sin tregua, hasta cuando un carro les pitó, y ella recobró la razón. Tengo que irme, y él no alcanzó a decirle que la acompañaba, cuando Amelia ya se encaminaba en el taxi rumbo a su casa. Qué boba, no haberle pedido un teléfono o el celular, se recriminó para sus adentros, ese hombre me mueve el piso, y le entró una angustia, que sólo la calmó, con una agüita de toronjil, que le preparó su mamá. Sentadas en la mesa del comedor, su madre le comentó lo de la misa por su hermano muerto, mañana a las seis de la tarde, en la iglesia del barrio, Amelia, y le rodó una lágrima. Amelia, que la observaba, la abrazó. No vaya a empezar a llorar, mamá. Eso le hace daño. La madre de Amelia era ya un mar de llanto, y se sonaba las narices en el viejo delantal de percal. ¡Por qué tenían que matarme a mi Guillermito! Hija? Un año y todavía no me hago a la idea de que esté muerto. Y los asesinos muy campantes, por ahí sueltos, dándose la gran vida, mientras yo no puedo con este dolor. Amelia la abraza más fuerte. ¡Mamá¡ ya hay indicios, entre las autodefensas desmovilizadas del Chocó, de quiénes pudieron ser. La madre de Amelia no se consuela, ay! Qué dolor el mío, siento morirme con él. Amelia alarmada, pide ayuda, Papá!, ¡Papá ¡, mamá¡ se nos muere. Y, el padre se levanta de la cama. Son más de las diez de la noche, y hace frío, ésta ciudad es una nevera, baja al primer piso tan rápido como le permiten sus sesenta años. Amelia le da respiración boca a boca, alternándola con masajes al corazón, y parece reponerse. El papá de Amelia, ha llamado un taxi. Se acerca a su mujer, no puede dejarme Pachita, no ve que la necesito, y haciendo un esfuerzo sobrehumano, la toma en los brazos, y la lleva al taxi, que afuera pita declarando su presencia. En el hospital la mujer es atendida de urgencia. El médico de turno detecta un preinfarto. Hay que conseguirle ésta droga, y amerita unos exámenes urgentes. Lo peor ya pasó. Entrega la fórmula, al papá de Amelia, que la toma nerviosamente. Por lo pronto, vuelve el médico, hay que dejarla. Amelia, decide quedarse, para acompañarla. Es mejor, que yo la acompañe esta noche, papá. Usted tiene que trabajar. Él se rasca la cabeza, y la universidad, hija?.
Mañana no tengo previos, no se preocupe, papá. Puedo faltar. Lo acompaña hasta la puerta del hospital. Hace frío, pero ya no brizna. Un taxi para. Trae a un enfermo. El papá de Amelia lo aprovecha para regresar a la casa. Amelia, se queda mirando el taxi, que se pierde en un cruce hacia la avenida. Siente que se hiela, y con el frío le llega imagen a la salida del Centro comercial, cuando Frank se decidió a besarla, entonces volvió a sentir las cosquillitas en el estómago, me estoy enamorando de Frank, se dijo, y tuvo la extraña sensación que no había tenido en mucho tiempo de ser feliz.

La misa de muerto un año Guillermo, su hermano, sin la presencia de su mamá, ahora en cuidados intensivos en el hospital, y el decadente estado de ánimo de su papá, que no soportaba la idea de quedarse sólo, sin su Pachita, pues temía un desenlace infausto para su mujer, terminaron por emponzoñarle a Amelia, la felicidad que le produjo, recordar en la puerta del hospital, lo que tanto ella esperaba: que Frank se atreviera a besarla. El padre Bermeo, de la orden de los franciscanos, dijo la misa, saliéndose de los cánones eucarísticos. En el sermón, el padre Bermeo, sacó a relucir su deslumbrante vena de orador, en un discurso entre político y humanista. Guillermo, el hermano de Amelia, era sociólogo. Se había vinculado con una organización no gubernamental de proyectos productivos para el campo, en sectores vulnerables, que tomó como región piloto el Alto Chocó . La palma africana, enfatizaba en padre Bermeo en su sermón, ha traído la política nefasta del despojo y la muerte de los campos colombianos. Esas gentes humildes del Alto Chocó, donde Guillermo Bustamante desarrollaba su proyecto de gestión rural, encaminado a transformar al campesino en empresario y productor de bienes para su propio bienestar humano y económico, para afrontar el mundo global, desde su contexto cultural, vieron frustrados sus sueños en la intimidación de las armas, los incendios de los ranchos y los tambos, en las muertes selectivas, y las habituales masacres, de las que se tuvieron noticia, por los que salvaron, pero no de los muertos, cuyos cadáveres fueron enterrados en lugares inhóspitos y de geografía desconocida, para que no fueran encontrados,sin importarles el duelo de los familiares y su dolor por no poder darles una cristiana sepultura. Guillermo Bustamante, a quien recordamos hoy en ésta eucaristía con gran pesar (Amalia sintió rodar una lágrima), pero con gratificación porque, todos los que le conocimos, sabíamos de su amplio corazón, y de su arraigado afán de servicio por el otro sin intereses ni oportunismos, siempre entendió la vida, la profesión y la política, como una misma causa: vocación por el otro. Él no sabía de exclusiones, por eso estaba en El Alto Chocó, donde derechos fundamentales le eran violados permanentemente a éstas comunidades afro-descendientes y vulnerables. La vida y la política sólo la concebía en la perspectiva del desarrollo humano. Por eso lo desaparecieron (Amalia abrazada a su padre, que hacía de tripas corazón por no desfallecer, se anegaba en llanto), y rogamos al Dios, porque, ahora que se ha dado el proceso de desmovilización de las autodefensas, al menos quienes fueron los responsables de las desapariciones en el Alto Chocó, tengan el valor, al menos, de decir donde están los cadáveres de Guillermo, y los demás desaparecidos. Finalmente, el grupo andino Charango y Corazón, llenó la pequeña iglesia del barrio con sólo pido a Dios/ que la guerra no sea indiferente/ que es un monstruo y pisa fuerte toda la inocencia de la gente.

Al salir de la misa, Juanco, se acercó para saludarlos. Ella le preguntó como seguía el niño, y él le respondió que estaba mejor. Y doña Pancha?, e rascó la cabeza el papá de Amelia, se me muere, se me muere la Pacha, está malita del corazón en el hospital. NO se hace a la idea de que Guillermito esté muerto, y se abrazó a Juanco buscando consuelo. Aferrada del brazo de su papá, luego, cuando esperaban un taxi, porque no se sentían con fuerzas para caminar hasta la casa, a Amelia, le pareció ver a Frank subirse a un bus. Seguro supo de algún modo de la misa de Guillermo y vino. Sintió un gran alivio. Estoy enamorada. Estoy enamorada, retumbaba como en eco, en alguna parte de su mente, cuando iban en el taxi, pero al escuchar la vieja balada que molía la radio, quiero recordar esta noche/ momentos que no volverán/ ya sé de aquellos poemas/ tristes como oración, tuvo la certeza de que Frank empezaba a ser parte de su vida, y le entró una angustia al pensar que sólo fuera un pasatiempo para Frank, y podía perderlo.
Fue aquella noche, sentados en el patio del teatro La candelaria, mientras esperaban a que empezara la función (el maestro Santiago García, reponía su obra El Paso), que Juanco le comentó. Cogieron a esa gente, pelada. No tengo el periódico, hay fotos. El de todo fue un tal Picuro, que era el comandante del frente. Lo que relata el periódico es horroroso. ¡Pelada¡ ese Picuro, no tiene alma. Es un hijueputa¡. Durante la función pensaba en su hermano con tristeza, pero el deseo de volver a ver Frank, la reconfortaba. Pensaba que esa noche se lo iba a encontrar, y pase lo que pase, lo deseaba, haría el amor con Frank

Juanco la invitó a salir, a tomar un café en el Zaguán de las ánimas. Tenía la sensación de que alguien estaba siguiéndolos. Debe ser Frank, pues siempre que nos vemos se hace el encontradizo, divagaba mientras sorbía con precaución el café para que no le quemara los labios. Cuando Juanco se levantó, le dijo que iba a estar por ahí, que no se preocupara. Juanco le recordó que no se le olvidara mirar el periódico. Estuvo otro rato, ahí, sentada, deseando que Frank se apareciera. Al fin se levantó, y cuando estuvo en la puerta, unas botas de campaña le franquearon la salida. Era Frank. Tenía cara de preocupación. La tomó del brazo, y luego la besó. Caminaron sin decirse nada. Amelia estaba feliz. En el hotel Bacatá, subieron al tercer piso. El cuarto era cómodo, tenía vista a los cerros, y televisión. Parecía que Frank, había estado tomando porque olía whisky. Se besaron nuevamente, y él la empujó sobre la cama. Estaban ansiosos, pues se desnudaron torpemente. El vio los pechos de Amelia, a pesar del frío, hincharse al afanar en sus pezones, tiernos besos, y Amelia sintió como el sexo de Frank, erguido picoteaba, adentro de su sexo, haciéndola sentir mujer, en episódicos espasmos de su cuerpo. Su piel era una cuerda tensada en el rango más alto del placer, cuando su cuerpo fue una explosión de líquidos placenteros, que agradecida, pusieron en su boca ese, ¡Frank eres mi hombre¡, y en él, la súplica, ¡Amelia vamos para otro lado a hacer la vida juntos¡.

Estuvieron luego, un rato abrazados, pero Frank tuvo que levantarse a contestar el teléfono. Lo llamaban de la recepción. De paso voy a traer algo de tomar. Se puso la ropa, y bajó. Amelia, se paró de la cama, y se puso la blusa que había quedado en el suelo, debajo de una mesita de noche. Fue cuando reparó en el periódico que estaba sobre la mesita, y se acordó que Juanco le había dicho que había salido la noticia de los responsables de los muertes del Alto Chocó. Entonces, vio la foto a tres columnas del Comandante Picuro, jefe de las autodefensas del Alto Choco. Su corazón le dio un sobresalto. Era la foto de Frank.

















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