
En el ulular del viento,
me viene la memoria
de los muertos
sin velorios
ni rezos,
de viejas plañideras.
Hay una mueca trágica
en las horas
hechas de una ansiedad
contumaz
que se pega a la piel
como un mal recuerdo,
martillando el pensamiento.
La garganta la aprieta
un nudo de amargura,
mientras corren las horas
y no basta el alivio
de unas manos femeninas
que acaricien las cuatro puntas
del dolor.
Esta noche me emborracho,
que tengo los labios secos
de tanto ver pasar la muerte.