El cine colombiano, por estos tiempos, goza de buena salud. Una camada de directores jóvenes así lo confirma: un Rodrigo Triana (Soñar no cuesta nada), un Alejandro Ramírez, documentalista (Así cantaba el niño), un Andrés Baiz (Satanás), un Felipe Aljure (La gente de la Univrsal), y otros cuya lista se haría ad infinitum, que han posicionado el cine nacional en el concierto mundial, merced a la calidad de las producciones, reconocidas en festivales como el de Cannes.
A la lista anterior, hay que agregar el nombre de Simón Brand, que venía oficiando en el entretenido mundo de los videoclips. Ahora ha puesto en las salas su ópera prima, Mentes en blanco, donde se arriesga con el suspenso, pero no aquel de Darío Argento, o Polansky, o las últimas películas de Tarantino, con derroche de cortadas en la piel, sangre que fluye en chisguetes que manchan hasta las cámaras. Su cine toma el sendero del policíaco, naturalmente, donde se corre un mayor riesgo, porque el subgénero policíaco, requiere aún de mayor inteligencia, si se pretende hacer buen cine en este contexto cinematográfico. Baste observar Río Místico, de Clint Eastwood, o el mismo Taxi Driver, de reciente premio Oscar de la Academia a mejor director, Martín Scorcese.
Simón Brand, corre con fortuna al ingresar a la pantalla como debutante, con Mentes en blanco.Es una película pensada para agarrar al espectador desde el primer minuto. Si se buscaba el suspenso, la cinta lo tiene desde su preámbulo. Esos cuatro hombres que van despertando en una bodega, en el desierto. Que no recuerdan quiénes son, por qué están allí, intriga al espectador. Y más, cuando ellos mismos en medio del estupor les llegan ramalazos de recuerdos vagos, pero que al fin son una pista sobre su presunta identidad: secuestradores o plagiados. Indudablemnte, se trata de un secuestro, para estar allí encerrados, en un lugar del cual no pueden alir, a pesar de los esfuerzos de abrir puertas, o romper una alta claroboya.
El suspenso se agita aún más, los tres hombres que quedan (uno que colgaba, esposado de una baranda y con tiro ha muerto), concluyen que hay que esperar a que regresen los secuestradores, para saber quién es el secuestrado, y cuáles los raptores.
Una película bien lograda, dinámica, con escenas simultáneas, que no la dejan caer: en el interior de la bodega, los hombres especualndo sobre su identidad, afuera, los policías a la cacería de los secuestradores, y la mujer del plagiado al expectativa.
Una película con un final que el espectador no espera, pero que le place, porque nunca se imaginó, ni menos sospechó una salida de tal talante. En definitiva, Simón Brand, logra con esta película, entrar pisando duro en el mundo del cine, para bien de su futuro como director, y del cine colombiano, que con Mentes en blanco, ratifica el buen momento por el que está pasando la cinematografía nacional.
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