La ciudad no tiene perfiles, ni esquinas
en mis ojos.
Una lágrima con el furor del ácido
deslíe iris, pupila, retina...
La ciudad ha dejado de ser.
Hay un vacío allí donde estaba,
por eso tampoco la recuerda la memoria.
Sólo cuencas vacías que no reconocen los lugares
donde la ciudad era esperanza,
amor de bar con besos agrios de cerveza,
y rocola sangrando boleros de despecho;
entraña de amores escondidos,
en motelitos donde rumia la tristeza
de una tarde de domingo.
Un vivir a tientas mientras crece
en las junturas de las piedras