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jueves, 1 de enero de 2009

LAS DOCE UVAS


Al salir del bar le entró un mareo, la brisa me ha hecho daño, pensó. Había quedado de encontrarse con la mujer en el atelier que le había dejado a cuidar por estos días de fin de año, su amigo el pintor francés, Jean, de vacaciones en la Riviera, con una gringuita que había llegado al puerto, venida de Arizona, hija de petroleros, y con ganas de aventuras. Cuando ganó la avenida, se acordó que por ahí cerca, en uno de los callejones, vivía su hermano. Tuvo que devolverse al bar, porque se le habían olvidado las uvas para celebrar la partida del año. En el apartamento de mi hermano, me baño, y me compongo. Miró el reloj. Eran las once de la noche. Aún tenía una hora. Después de comerse las uvas, beber la champaña y lanzar las copas por la ventana, le pediría que se casaran. Sentía que amaba esa mujer. La quería en todas formas. Le gustaba cómo lo besaba, entornando los ojos, y la sentía tierna, cuando le decía, mi bebecito. Añoraba las tardes, en que ella llegaba al atelier, y se desnudaba lentamente, de espaldas a él, mirándose en un espejo de luna con un deleite narcisista de su piel fresca y joven. Adoraba la curva perfecta de su cintura, y sus gluteos recios. Al entrar al callejón, le pareció ver una mujer parecida a su Alondra, así la llamaba, a cambio de Juana, que le parecía pedestre. Vio como subía al edificio donde vivía su hermano. Debo estar loco, para pensar que es ella . Trató de alcanzarla, pero la mujer ya iba escaleras arriba, cuando él ganó la portería. El portero no le dio información alguna, apenas despegó los ojos del periódico, no he visto pasar a nadie. Y, el señor para dónde va? Le contestó, al segundo piso. Ahí vive mi hermano, Braulio Jerez. Rascándose la cabeza, después de quitarse la gorra, él salió hace rato. No le quedó más remedio, que salir a la calle, y encaminarse al atelier. Pero antes echó una mirada al segundo piso, y detalló que el apartamento de su hermano tenía las luces encendidas, y observó a su hermano y la mujer, es Alondra, la !puta madre¡, salír al balcón, besarse encendidamente, y pasarse de boca a boca las doce uvas celebrando la llegada del nuevo año, mientras en el puerto estallaba la bocina del carro de bomberos, y los juegos pirotécnicos reventaban el cielo despejado del muelle, en miles de figuritas multicolores.