Foto intervenida
Sin la memoria sería un desperdicio
el tiempo.
Se guarda el tiempo para sentir qué se es,
que se será,
en la grandeza filosófica de la vida
no importa si equívoca o inequívocamente,
al fin se es de ambas maneras,
pero más digna y humana la primera;
para tomar una actitud deontológica
-de corrección- frente a la vida, la segunda.
Y es la manera única de sentir su paso,
advirtiendo el paso del tiempo
en el yerro que humilla y denigra,
en el avance que planta huella fósil
en el camino de vida;
en los labios que muerden la espuma
del beso cuando se extrañan;
en la lágrima que desflora en llanto,
cuando se acaba el amor,
o nos sobrecoge la muerte.
No siempre la memoria nos favorece,
el tiempo nos juega pasadas,
no anda siempre con un libro de moral
en la mano,
hay que estar despiertos para no rodar,
y juntar oportunos las manos
a otras manos para no tropezar,
pero puede también ese otro,
el otro arribista,
el que nos deshumaniza,
y rodamos,
intencionalmente
queremos olvidar el tiempo,
no reparar,
no reponer,
no volver
a trepar los peldaños que dignifican,
menos,
medir las horas que convocan
en el bien hacer de todos,
en el amor de todos
en el amor de él,
en el amor por vos,
en el amor por ellos,
en el amor por otros.
Qué vuelvan las lágrimas
aquellas que recuerdan
los tiempos del abrazo,
el beso que en susurro mastica
sentimientos de amor,
en una balada de versos
bajo la lluvia del regreso.