Supo por el aliento inconfundible a ajo, que era el mismo hombre que tres años atrás, cuando apenas asomaba a los quince , la esperó en un recodo del camino, de su regreso de cortar pasto para alimentar las tres reses que tenían en el minifundio, y la tiró a un rastrojo, desgarrándole la ropa hasta dejarla desnuda, y al intentar besarla con su boca de vapores podridos, como no se dejaba, hundió su sexo en el de ella -aún no maduro- sin piedad, y ella sintió en su vientre, las veces que la penetraba , un puñal que la hería sin descanso. Tuvo que morderle una tetilla para zafarse, y correr monte adentro. Cuando escuchó los disparos en el rancho, tuvo el presentimiento de que el del aliento de ajo, había baleado a sus papás.
El hombre pidió al cantinero del bar, un aguardiente doble y una cerveza para pasarlo. Ella se le acercó. Vamos a la pieza, papito? El se quedó mirándola de arriba a abajo, como quien le busca la clase a un animal que quiere comprar. !Vamos. Las mujeres con aspecto de yegua, me la piden los huevos¡, y se tocó los genitales en un gesto ramplón y vulgar. Subieron por una escalera alumbrada por una luz mortecina, a un segundo piso, cuyas habitaciones daban al río. Adentro, la mujer se desnudó lentamente, ganando tiempo para tomar con sigilo el cuchillo que guardaba en un cajón de la mesita de noche, donde una lámpara a manera de quinque, alumbraba débilmente la habitación. Entonces, cuando deslizó la mano, y palpó el filo del cuchillo, supo que le metería tres puñaladas, y luego lo botaría al río, como él estaba acostumbrado a hacerlo con las gentes de la vereda que se negaban a vender la tierra a los gringos, para que la sembraran de palma africana, luego de pegarles certeros disparos en la frente.
No hay comentarios:
Publicar un comentario