Mucho cine se ha hecho sobre los nazis, y la Segunda Guerra Mundial, por un lado con el afán de explotar comercialmente el aspecto bélico y por el otro, el maniqueismo ideológico, poniendo a los Estados Unidos en el plano de los buenos, y a los alemanes en el nivel de los diabólicos, o para decirlo en términos de cine, como los malos de la película. Por eso resulta gratificante, que aparezcan películas, que se transfuguen de este cine cliché, por el aparato de la guerra, y el afán de satanizar, sin una propuesta de fondo, sin un mirar a las entrañas mismas de esa Alemania que parecía cerrada a todo pensamiento, que no fuera el del Führer.
Con películas como La rosa blanca y Napola, uno se reconcilia con éste cine que recrea la Segunda Guerra Mundial, sin recurrir a la intensidad o fasto de la guerra, o al panfleto ya manido sobre la crueldad de los alemanes en el frente de batalla, y en los pueblos que caían bajo su dominio. Estas dos películas van más allá. Se meten en la médula del nazismo, con personajes propios de la entraña teutona, que cuestionan al régimen. Con esa reiteración del cine de satanización y del deslumbramiento de lo bélico, uno se preguntaba si en la Alemania nazi, todos pasaban entero la cartilla del Nacionalsocialismo; si no habría alguien, que por lo menos cuestionara el régimen, que irremediablemente llevaría al pueblo alemán a la debacle.
La rosa blanca (Sophie Scholl), de Marc Rothemund, regodeándose en la arquitectura sobria y un tanto fría de las construcciones alemanas, asume una postura nueva frente al género de guerra estigmatizador y maníqueo, y propone una historia fresca con el movimiento universitario que cuestiona los principios y fundamentos del Nacionalsocialismo, y vaticina la ruina para Alemania si no se le detiene. Con una cámara muy intimista, que le apuesta a los primeros planos, va tras dos hermanos del movimiento la Rosa blanca, que son sorprendidos cuando dejaban impresos contra el régimen, en el claustro universitario. Ella, una mujer con una ideología visceral, lo mismo su hermano. En el juicio, que más que juicio es un monólogo condenatorio sin derecho a la defensa, pero dónde los dos hermanos reafirman sus convicciones, y no les tiembla la voz, a pesar de saber que serán ejecutados, de criticar al régimen del Fuhrer en pleno juicio,porque llevará al pueblo alemán a dar un salto en el vacío.
Las tomas finales, con la guillotina en actitud de espera por los condenados, y la cabeza de la mujer cercenada, son más significativas en sus síntesis y simbolismo, para develar el espíritu totalitario del régimen nacionalsocialista que condujo a la segunda guerra mundial.
Napola, del director teutón, Dennis Gansel, es aún más atrevida. Se cuela en el centro político que formaba a las juventudes en la ideología nacionalsocialismo. Este centro era Napola, Institución de Educación Política Nacional. Alli recibían su formación los oficiales y líderes, que remplazarían a los miembros del III Reich. A Napola, ingresan dos estuidiantes, uno de familia pobre, y el otro, hijo de un alto oficial nazi. La formación que reciben va desde la ideológica a punta de cartilla permanente y maltrato físico. La idea es que tienen sufrir y resistir. Curtirse en el lavado cerebral para que la ideología entre y se anide en los cerebros, y el dolor, el malestar físico los haga fuertes y resistentes, para luchar hasta morir por el régimen. Obediencia ciega. Al final, los dos personajes, se darán cuenta que no comparten el régimen, le ven fisuras, y que el nazismo no es el camino que conduza al bienestar y paraiso que Hitler propone al pueblo alemán con el sueño ario de su fantasía política totalitaria.
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