*Foto de internet intervenida
Alcanzó a correr unas cuantas cuadras, con el balazo de la carabina en la cadera. Trató de refugiarse en el antejardín de una vieja casa que, aún se mantenía en pie, entre los frondosos rosales. Sintió la sangre que le escurría por la pierna, y le empapaba el pantalón. Le molestaba el olor a sangre. La primera vez que recibió ese olor hostil, cuando en una de las operaciones, uno de sus compinches se desangró por un tiro en la femoral, casi se vomita.
Ahora era él, el que sangraba, y repugnaba el olor de su propia sangre fluyendo como una llave rota, viscosa y detestable. Fue entrando en una especie de sopor y cayó de espaldas en el césped. Cuando sintió el frío de la carabina en la frente, ya tenía la mirada borrosa, pero creyó adivinar en el hombre de la carabina, un gesto de satisfacción,antes de que apretara de nuevo el gatillo.

3 comentarios:
Hola Carlos, caramba que fuerte hoy tu texto, me parece un escena de película, pero por desgracia pasa mucho de eso, parece que la vida no vale nada y lo humano escasea, por lo pronto en ciertos Países, aunque todos andan bastante revueltos.
Un abrazo. Marina.
se muy muy feliz.
Terrible realidad. Lo viví en cada palabra, es única tu forma de escribir poemas que son un relato y poesía a la vez, de la barbarie que sucedió y sigue sucediendo. Aplausos Carlos.
mariarosa
Un relato duro, hasta el olor a hierro de la sangre has sabido hacérnoslo notar. Quien sabe puede que esa carabina le concediera el descanso deseado. Un abrazo
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