Cartagena es de esas ciudades que como Estambul o Alejandría, tiene un encanto que sorprende, pero a la vez es paraíso e infierno, aunque como con las caras de la luna, sólo se sepa de su faz iluminada, esa de mostrar al visitante, al turista con la ciudad amurallada, metaforizada en el Corralito de piedra, con los baluartes, castillos y fortalezas, la Casa del Cabrero, el Cerro de la Popa, en el sector histórico, y esos cochecitos de tiro, que se aventuran por las estrechas calles de la ciudad vieja de balcones colgados de las altas paredes de las casas coloniales, allí donde García Márquez, también tiene un espacio para cuando viene al país, y que algunos han pedido al nóbel colombiano que ceda para convertirlo en museo, ya que permanece más en México, su lugar de residencia, más que en Colombia, ahí mismo donde el actor, Salvo Basile, encontró un lugar para el descanso.
Pero, Cartagena tiene su cara oculta, esa que permanece en las sombras, y de vez en cuando salta felinamente, y muestra sus garras. No es la ciudad de la Torre del reloj, ni la de la nostalgia del Muelle de los Pegasos, de El amor en los tiempos del cólera, ni la de la historiada Plaza de la Aduana, menos la de El Camellón de los Mártires. Es la Cartagena de la cara sucia, de los barrios levantados en estacones sobre caños malolientes y sucios, llenos de papeles y basuras, especies de palafitos sobre un mar de inmundicias. Es la cartagena marginal, la del rostro duro, la de la pobreza y la miseria, la de los desplazados, donde se puede juntar tanto la bondad como el crimen. En uno de esos barrios de la cara oculta de Cartagena, se levanta Keyla, una adolecente, hermosa mulatica, que para sobrevivir tuvo que meterse de puta, como otras tantas muchachitas de estos barrios sin futuro, personaje de la última novela, Rencor del escritor colombiano, Oscar Collazos.
La historia de Keyla, es extremadamente dramática. Llega a Cartagena con sus padres desplazada del Uraba. La miseria los ronda en ese barrio del Nelson Mandela donde se asientan. El papá trabajando de vez en cuando, mamando ron, como dicen los costeños. Keyla, madurándose a destiempo, antes de sus catorce años, yendo a la escuela, sin la esperanza de un futuro, viendo como sus compañeritas, desertan de la escuela, para ayudarle a sus papás, o como su amiga Miladys, dedicarse a la putería, para espantar la miseria.
La historia de Keyla, es extremadamente dramática. Llega a Cartagena con sus padres desplazada del Uraba. La miseria los ronda en ese barrio del Nelson Mandela donde se asientan. El papá trabajando de vez en cuando, mamando ron, como dicen los costeños. Keyla, madurándose a destiempo, antes de sus catorce años, yendo a la escuela, sin la esperanza de un futuro, viendo como sus compañeritas, desertan de la escuela, para ayudarle a sus papás, o como su amiga Miladys, dedicarse a la putería, para espantar la miseria.
Oscar Collazos, apela a la técnica del documental de cine para hacer más intensa y creíble la historia, al abordar esta novela sobre una Cartagena, que como lo comenta la escritora y catedrática Florence Thomas, está lejos de la que nos venden los reinados. El autor recurre a la técnica del documental para poner de frente al personaje, Keyla, la adolescente que frente a la cámara relata tras las rejas, en ramalazos de recuerdos su vida, especialmente, porque fue la situación que le dejó una herida muy grande, de esas que se restañan y se vuelven a abrir, aquella de cuando después de tantos asedios"... mi papá me jaló de una mano y me botó en la cama. tenía tanta fuerza que a medida que me resistía me sentía más débil. Me subió el vestido, me tapó la cara. Cerré los ojos. Pensé: yo sabía que esto iba a pasar y está pasando. Me abrió a la fuerza las piernas. Sentí tanto dolor cuando me metió su cosa, que el dolor se convirtió en algo raro más fuerte que el dolor. No sé como explicárselo. Dejé de sentir dolor y volví a cerrar los ojos. Pensé en las modelos de las revistas, en lo lindas que eran, en esos cuerpos blancos vestidos con ropas muy caras...sabía que mi papá me la estaba metiendo, que respiraba como un puerco, que el olor a ron envenenaba mi respiración. Eres una mala hija, eres una puta, me gritaba. Y echaba baba en mi boca y en mis orejas...Si le cuentas a alguien lo que pasó, te mató, te juro que te mato, me dijo cuando terminó y salió corriendo hacia el patio, arreglándose los pantalones..."
Con Rencor, Oscar Collazos reafirma, por qué es uno de los narradores colombianos con mayor oficio, identificado en un lenguaje sin adornos o rebusques, llano y sencillo, ese que la vida misma, dura y cruel, le ofrece a sus personajes (ya observados en la marginalidad y tragedia de sus primeros cuentos, que traen a la memoria su Bahía Solano en Son de máquina), desperdigados entre sus novelas, tocadas de erotismo como Adios a la virgen, La modelo asesinada, y Batallas del monte venus. Rencor, en definitiva es la radiografía del país actual, que ha condenado a personajes rurales como Keyla, al infierno de la marginalidad de las ciudades, por ese problema de la tenencia de la tierra, que a Urabá la convirtió en un campo de guerra, para malestar de los campesinos, forzados al desplazamiento.
*COLLAZOS, Oscar. Rencor. Bogotá : Seix Barral, 2006 (2a. edición)
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