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lunes, 20 de julio de 2015

EL OTRO




Siempre supe que querías  matarme, claro si te lo permitía. Lo vi por primera vez en tus ojos inyectados del ácido con el que te drogabas para poder hacer el amor. Amabas con rabia, fiera herida de placer en camas de amanecida y alquiler, pero adentro un rencor sordo se te salía del alma. 

Por ahí decían unos, que los amantes no te duraban, que no los volvían a ver, porque huían de ti despavoridos; y otros opinaban lo contrario, que no volvían a estar porque tú les dabas muerte. 

Por eso contigo, todo era cautela, precaución, despiertos todos los sentidos, porque te sentía al acecho, y te daba rabia quizás eso, que llevaras tanto tiempo conmigo, y no pudieras darme el zarpazo final. Me gustaba ese juego peligroso, y a pesar de los ruegos de los amigos, déjala hermano que te va matar, me seducía el riesgo.

Y claro de tanto ponerme trampas, para ver si me tendías en la arena, no fue extraño que confundieras olores y cuerpo, besos y saliva, espasmos y clímax, y hundieras la daga envenenada en la piel equivocada del otro, que por naturaleza todos tenemos en la vida

*Agradecimientos, maestro Humberto Figueroa, por esa alegría del poema Costas, en tu blog, Contrastes
Foto de Carlos Augusto Pereyra.