No sé si volverá a abrir este café gitano, andariego y transhumante. Lo tenía cerca, a dos pasos de mi casa, y en el corazón siempre, porque si no abre en otro costado de Piedecuesta, estará ahí, donde uno aloja sus querencias, en la nostalgia. Lo que no pudieron las bombas, ni la maledicencia de sus enemigos, menos los atentados a botellazo limpio de vecinos que no entienden la importancia de un rincón donde se hornee el arte, el pensamiento y los buenos tragos, como ocurrió en el concierto de Velandia y la tigra, en su comienzo de gira al sur del continente, si lo pudieron las afugias económicas. En el Café Kussy-Huayra se queda parte de mi espíritu vagabundo de teatrero y dramaturgo. Cuántas veces, con Gestus-teatro, mi grupo me trepé a la escena, para el ritual de la máscara y la representación. Ahí quedaron las escenas de La Orgía de los Treinta, del maestro Enrique Buenevantura, Árbol Carnal, Los desvaríos del amor, y monólogos, que recuerdan en sus sus imágenes y textos que al hombre lo hace la palabra abierta; en el Café Kussy-Huayra, se queda parte de mi alma de artesano de los versos, y las tertulias Tras las Huellas del poema, como el recuerdo emotivo de aquella noche de diciembre del 2008, cuando lancé, mi último libro, esa espina de cuentos que tenía atravesada en la garganta: La angustia de las almas en pena; ahí, se queda también, mi jaez musical: cuántas veces la guitarra rompió con sus arpegios el silencio de la noche, y mi garganta dejó escuchar canciones a la vida, al amor, al dolor, a todo sentimiento humano... que despierta la emoción de ser libre. Creo Clara, Rocio, Magda, Elberth, doña Bárbara, que ustedes que abrieron este espacio entrañable para el arte, la cultura y el pensamiento, sienten lo mismo: sin Kussy-Huayra, Piedecuesta no será el mismo.
viernes, 23 de abril de 2010
martes, 13 de abril de 2010
El hombre de la mágnum 45
Se bajó de la moto sin quitarse el casco. El otro, quien conducía, le hizo una seña de que aparcaría a la vuelta del edificio esquinero de las oficinas de abogados, en la calle que daba a la avenida, por donde habían llegado sin hacer ruido. Un ingeniero mecánico les había hecho un trabajo perfecto: silenciar la moto. Se abrió la chaqueta de cuero crudo, y palpó la pístola de balas explosivas. La sintió fría. Entró, empujando la puerta de vidrio y se dirigiò a la única oficina, debajo de las escaleras. Desde afuera observó a la secretaria del abogado Veleño, maquillándose. Tiene cita con el abogado?, le preguntó la mujer, al verlo ahí parado, frente a ella, con la inmovilidad de una escultura de museo. Él apenas hizo un gesto afirmativo con la cara, sin sacar su mano derecha de debajo de la chaqueta de cuero crudo. Faltan diez para las nueve. A las nueve llega. Es tan puntual como un reloj suizo, quiso hacer un chiste la secretaria. Ah, y debe quitarse el casco. Son órdenes de la administraciòn. Si quiere esperarlo, siéntese. Le indicó uno de los muebles, y siguiò maquillàndose.
El hombre de la moto se sentó en un lugar estratégico, sin quitarse el casco. Miraba el reloj nerviosamente. Desde su lugar podìa ver quien entraba a al edificio. La mujer levantó la vista, para sacarse una pestaña que le molestaba en un ojo, y vio que el abogado entraba al edificio. Ahí llega el doctor.Y lo señaló. El tipo de la moto lo detalló. Tuvo tiempo de sacar del bolsillo de la chaqueta una foto y comprobar que era el hombre a quien tenía que matar. !Marica¡, tenés un trabajito. El patròn lo quiere muñeco. Está metiendo las narices donde no debe, el muy hijodeputa, recordó que le dijo quien lo contrataba para las tareas sucias del patrón. Le tenés que dar chumbimba de una. Yo sé por qué te lo digo, guevón. No debés dudar un instante, y apuntó al corazón y no a la cabeza - sin llegar a pensar que el abogado, sobreviviente de tantos atentados, se protegía con un chaleco antibalas- cuando le descargó el carro completo de su mágnum 45.
sábado, 10 de abril de 2010
lunes, 5 de abril de 2010
Falcada
Cuántas veces he buscado
su boca en el vacío de los sueños,
y he amenecido con los labios heridos
por la falcada de sus besos.
Cuántas veces he hendido
el limo de la garganta de su sexo,
y en la humedad de sus mares interiores,
sentir cómo orgasman de ebriedad
mis barcos y veleros.
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