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lunes, 29 de junio de 2009

Esa peladita es de mal agüero


Esa peladita es de mal agüero
Supo que eran las cinco de la mañana exactas por el radioreloj digital, que lo despertó con su alarma de bipbips, zumbándole los oídos como abejorros enjaulados. No quiso levantar a la cucha, que roncaba en el otro cuarto con una respiración pedregosa, después de que se bañó bajo la fría regadera, que lo hizo estremecerse de manera violenta esa madrugada, como cuando le daban las tandas de escalofríos en los tiempos de aventura por las selvas del Chocó, en busca de los palos de chonta, que pagaban la comida, y estirando un poco las cervezas y las putas en el bar Las Vegas de Mutatá.
Mientras se peinaba, mirándose en el espejo roto que colgaba de una de las paredes del baño, se acordó con pesar y nostalgia de Dayana, una mamacita la paisita Dayana. Esa sí sabía coger. La piel lisita, un jabón sin estrenar, y las teticas redondas como limones. Cuando le hacía el amor, sentía que me chupaba entre sus piernas. Sabía besar, me besaba, dándose una licencia conmigo, porque era su chulo, y me mordía los labios hasta hacérmelos sangrar. Mierda¡, me repetía, cómo lo quiero, guevoncito, hasta que la mató un malparido por celos, y yo tuve que quebrarlo también. Por eso me vine pa Medallo, a vivir de los muñecos. Entró de nuevo al cuarto. Se vistió de negro, se calzó las botas tejanas, se cintó la cuatromilimetros, se puso el chaleco y el casco, y al rato ya andaba por el mercado, buscando al tuerto Gil, su parcero. En todos los trabajitos era el que conducía la moto.
Lo encontró chupando guaro, en una de las cantinas de mala muerte del mercado, con una peladita de esas que se ganan la vida de mamandocas. Apenas lo vio con la niñita, le entró una mala espina. Se lo dijo, hombre Nacho, no te metás con peladitas, son de mal agüero. Nacho la despidió con un beso, y le entregó arrugado en los dedos de ella, un billete de cincuenta mil pesos. Luego cogió la moto, a dónde parce? Subiéndose a la kabra, agarrá por los lados del Pueblito Paisa.

Cuando llegaron, parquearon la moto a la entrada, pero de vuelta para Medallo. Nacho, me esperás aquí, tenela encendida. El matacho es el que está sentado en la fuente. Se Palpó debajo del chaleco la nuevemilímetros. Avanzó vacilante. Tenía miedo. Eso nunca le había pasado. Se echó la cruz, virgen de la Macarena que me vaya bien, y corone. Son cincuenta palos. Con eso le voy a comprar una casa a la cucha. Lo tenía cerca. Le vio los bigotes de cerdas gruesas, los ojos azules. Se le parecía al tío Gabriel. Apretó la nuevemilímetros, y cuando apenas la levantaba para descargarla en el hombre de los ojos azules, éste ya le había soltado el cargador completo de su mágnum, tumbándolo de espaldas, y mientras la gente corría de un lado para otro, y se escuchaban las sirenas de la policía, le vino la imagen última dulcificada de su cucha Bendición, la tarde de ayer, cuando dejó escapar de su boca mueca una sonrisa de gratitud con él, porque al fin le había podido regalar la nevera de dos puertas que tanto había ansiado comprar para ayudarse en la pobreza, haciendo helados de coco y leche