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martes, 27 de enero de 2009

Cataplum plum plum


Ya escribió su primer libro, sin importarle si era novela, cuento, prosa poética, poesía, ensayo. Lo escribió a su manera, a su gusto, a su medida, sin cartabón de sastre. Qué importaba la forma. Interesaban los sentimientos, la pulpa de lo que quería decir sobre los intersticios de la ciudad: Piedecuesta, su Pasión Callejera. Ahora, vuelve Deivin Salazar, con un texto sangrante, en ese dolor con el que Andrés Caicedo (Calicalabozo, !Qué viva la música¡), se arrancó la entrañas para manchar con la palabra la hoja en blanco, en El cuento de mi vida. Si ahí está Cali, y una herida que supura en Andrés Caicedo, en Deivin Salazar, está Bucaramanga, y ese adentro suyo,colmado de náuseas, prestas a regurgitar sobre sus calles sin sin destino ni futuro, en el relato onomatopéyico y sardónico de Cataplum plum plum, que dejo a disposición de los lectores de La Joroba del Camello.




Estoy de vuelta al hospital psiquiátrico san camilo, la dosis de una semana fue
exuberante como para volver de nuevo al manicomio, el lorazepam,
holoperidol, trazodona, biperideno y el hidazolam dejaron mi cabeza lesionada,
pero no, no volveré de nuevo, es suficiente con que me seden para volver
al escritorio del doctor, que me invito a pasar unas vacaciones con
enfermos mentales, indigentes y locos de esta ciudad podrida.



Ahora veo
la ciudad como un enfermo, pero quien no, después de haber estado rodeado
de locos como el fanático de la Biblia que compartió habitación conmigo, el
indigente que deliraba con furor y delirio y el trato hospitalario de los enfermos
que te tomaban la presión como un videoclip punk. Me amarro las zapatillas y
empiezo andar la calle de esta ciudad enfermiza. Ya la acera no es la misma y
busco divagar entre andenes, el sol me hace escupir saliva que moja el suelo
de los locos del centro, tiro calle arriba y abajo y veo los alambres de luz con
zapatos amarrados que se van viendo cada vez más, me atrapa el color
mugriento de las fabricas, donde los obreros se hacen en horas de almuerzo,
las paradas del bus están aferradas al cemento del andén donde los ladrones
esperan la hora de actuar, es difícil confiar en la gente, después de todo
vivimos en una selva de cemento, paso cerca de una puta que me mira con
aliento de follar, pero no me apetece. Tengo los calzoncillos mojados de sudor
de tanto andar y se me empiezan aparecer nubes que son reflejadas por los
ventanajes de los edificios, me sumerge la ciudad, todavía me siento drogado
de tanta medicina y se me dificulta recordar mis días de interno, Bucaramanga
me da asco, me dan ganas de poner una bomba en el centro y crear caos, la
monotonía me asfixia , como cuando me intente suicidar con una sÁbana y se
me puso la cara morada. No quiero hablar de calles, ni de avenidas, ni de
parques, la ciudad es la misma en todas partes, la ciudad esta fragmentada
pero es la misma desde donde la veamos, con bares, instituciones, estaciones,
hoteles e iglesias. A veces me encuentro escaparates en las calles, cuando
estoy de suerte me tropiezo con televisores o neveras dañadas, los indigentes
las arrastran como mulas andantes y se pierden en el desierto de las calles.
Ya no se que hacer, necesito escapar, mis zapatos están rotos y solo tengo un
par, si entro a alguna fabrica me sentiré controlado y eso no me va gustar, la
anarquía de Bucaramanga dónde está, no hay anarquía, no existe la anarquía,
todo esta en mi mente llena de secuelas, pienso en el suicidio, no futuro.
Despertaría en un andén, pero mi cuerpo no resistiría, mi depresión es muy
fuerte y no encuentro escapatoria. Paso por panaderías, licoreras, súper
mercados, tiendas y ferreterías. Escribo y me tropiezo, quiero contar historias
de esta ciudad asquerosa, pero se vienen en mi mente las pocas imágenes
que recuerdo del manicomio, recuerdo la entrada y la salida. La entrada fue
espantosa, el olor del hospital era pestilente y los enfermos esperaban su turno
con el loquero, me impacienté, pero ya era demasiado tarde, seguía mi turno, la
persona que me acompañaba fue la que me encerró, el psiquiatra me hacia
desesperar con su sonrisa falsa e hipócrita, pero mi mente solo se quería
drogar en ese momento. El siguiente psiquiatra era un estudiante de medicina
que hacia su práctica y conversó con migo aproximadamente 45 minutos, pudo
haber sido menos o más, en ese momento mi percepción era subjetiva, no
quise levantarme de la silla y salir del hospital, quise esperar, pero cuando
quise salir, ya estaba sedado. Todo se puso gris y el enfermo que estaba al
lado mió en otra camilla me dijo que no me preocupara y me contó que había
estado hace mucho tiempo en este mismo lugar y que en ese entonces los
enfermeros le pegaban seguido. Algunas siluetas recuerdo, el enfermero me
lleva en una silla de ruedas por un pasillo, pero de ahí no recuerdo que más me
paso con exactitud. Que me pudo haber pasado ahí adentro, imágenes
borrosas, pastillas, pastillas y màs pastillas, los enfermeros hablan entre ellos,
no creo que les importe nuestro bienestar, hay un enfermero que se pone
hablar con otro del salario, lo más repugnante era la comida, el jugo sabia a
cebolla, ya no quiero estar aquí, son solo imágenes borrosas, lo peor fue cuando
me dio una especie de parálisis nerviosa, caí al piso y me revolcaba, hasta que la
enfermera de turno se digno y me sedó. Intento recordar, mi mente está muy
compulsiva, me tiro al piso y pienso en noches de insomnio, en mis días de
callejero y las tantas veces que me escondía para drogarme. En el hospital te
tienen hora para levantarte, bañarte, desayunar, almorzar, comer y dormir, mí
mente esta siendo devorada por esta medicina que no me deja en paz….. todos
son monstruos, que andan entre baldocines, como jugando a ser criaturas,
criaturas somos y me atormenta saber que la vida ya no tiene un significado,
todos miran y alucinan, algunos son amarrados en camillas y agonizan,
otros frasean palabras, quiero reventar, la locura esta en la cabeza, todos somos
monstruos, monstruos, monstruos….. en horas de visita salía al patio central y me
quedaba viendo las nubes, quiero seguir recordando, pero no recuerdo más, no sé
si hice amigos, si la enfermera estaba buena o si el color de las paredes era
blanco o amarillo. No recuerdo nada más, es un recuerdo sin recuerdo, es lo único
que recuerdo y quedará como un recuerdo marcado en mi vida. Mi visita al
manicomio fue un transcurrir de días que me hicieron olvidar lo callejero, aunque
en noches de insomnio, entro en pasajes artificiales y busco salidas para
aguantar lo cruda, espantosa y mierda que es la ciudad.
Vivimos en manicomios y nos enseñan lo cruda y fría que es la vida, arrastrado
voy en busca de algo que me haga escapar y encuentro en mí pasar sólo un trago
amargo de ciudad.