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domingo, 4 de enero de 2009

Patricia Ariza: proceso contra el teatro colombiano, la palabra y el pensamiento



Se llama Patricia Ariza. La conozco desde siempre, porque siempre ha hecho lo que a mi me encanta hacer personalmente: pensar con independencia, abordar la palabra desde la poesía, la narrativa, la crítica y la dramaturgia,y subir a un escenario a desempeñar un rol, llamémoslo pedestremente: actuar, y oficiar en la dirección de montajes teatrales, desde una postura abierta y cuestionante de nuestra sociedad. Esa ha sido su vida, o su delito, porque fuerzas oscuras, se han venido -últimamente- ensañando contra esta mujer inteligente, promotora cultural, por haber sido nadaísta (quién no lo ha sido), empatizar en algún tiempo con el sentir "hippie", simpatizar con el Polo Democrático, y pensar en la construcción de un país mejor.
Uno piensa que si en el gobierno nefasto de Turbay, también quisieron negrear al Nóbel colombiano, Gabriel Garcia Márquez, por sus declaraciones nada gratas para el presidente en comento, por actuar contra principios esenciales de las libertades políticas y de libre expresión, y que casi le fuerzan a asilarse en la embajada mejicana, por qué no ahora, cuando hacer política contra el presidente Uribe, ya no es un ejercicio democrático y de libre examen, sino un acto insurgente.

Patricia Ariza , proveniente de la provincia de Vélez, llegaría a Bogotá, hacia 1948, huyéndole a la violencia partidista, con sus padres. Estudiaría en la Universidad Nacional artes, al lado del maestro Augusto rendón, Darío Morales, entre otros, y su maestra sería Marta Traba, argentina que vino al país (esposa del crítico latinoaméricano Ángel Rama, ambos desaparecidos en aparatoso accidente aéreo en España), y sacó la plástica nacional de una inocuidad enfermosa, para jalonarla hacia creaciones de mayor vigor, trascendentalismo y universalidad.

Con el maestro Santiago García, paisano suyo, también huyente de la violencia, fundarían El teatro La Candelaria, en la antigua Casa de la Cultura de Bogotá, y vivirían 21 años de maridaje, con hijos a bordo, pero cuya separación no fue obstáculo para que Patricia, siguiera desarrollando sus proyectos teatrales de creación colectiva o individuales, con este colectivo teatral que permanece en el espacio y el tiempo, a pesar de lo duro que es hacer teatro independiente en Colombia, ajeno a los intereses comerciales, y desde una postura de dramaturgia nacional, afincada en la problemática del país.


Aparte de la Candelaria, Patricia realiza otros proyectos, al empujar festivales de teatro bajo el auspicio de la Corporación Colombiana de teatro, de la cual es presidente, trabaja con comunidades indígenas y de desplazados, y además es mediadora del Movimiento Social que jalona la idea de un proceso negociado y político con perspectiva de género para darle una salida al conflicto armado que vive Colombia.

Observándola tan ocupada en tantos frentes del arte, la política, y la promoción cultural, uno se pregunta, de dónde saca tiempo Patricia Ariza, para escribir poesía, pues fue Premio Nacional ídem, hacer crítica, y perfilar la dramaturgia de sus trabajos de creación individual. La imagen que tengo de Patricia Ariza, es la de sombra grata como la de una ceiba, que cobija al maestro Santiago García y su teatro La Candelaria. Sin ella, es indudable, que el mejor teatro del país que arriesga y se atreve hacer dramaturgia para afrontar las cosas y los problemas del país sin caer en sociologismos, ni menos en la pancarta -en esa actitud del amaestro del Ciopo y su emblemático Galpón montivideano- tomándolos desde una escritura propia ( GUadalupe Años sin cuenta, La ciudad dorada, Corre, corre chasqui carigueta, DE Caos & De cacaos) y del mismo teatro clásico griego, como en el caso de Antígona, que emerge de aquellos tiempos en que Patricia estuvo en el Urabá, y las mujeres, víctimas de la guerra, le contaban que no podían enterrar a sus esposos, como en la obra de Sófocles, donde se prohibía a los familiares inhumar a sus hombres muertos en combate.
Ahí está también, su obra, El viento y la ceniza, que en 1986 Frunprocep trajo a Bucaramanga, para lanzar el texto escrito a cuatro manos, con Álvaro Ramírez Ortiz: La Candelaria: identidad cultural, dramaturgia nacional. Era ese texto, un homenaje que tanto Álvaro como yo, le queríamos rendir a La Candelaria, y al infatigable maestro Santiago García, que morirá como otro de los paradigmas del teatro colombiano, el desaparecido maestro Enrique Buenaventura, subido en las tablas y dirigiendo.

Las oscuras maquinaciones contra Patricia Ariza, no hablan muy bien del país, como tampoco dejan muy bien parado a Colombia, con las añagazas que se tejieron y si seguen tejiendo contra el periodista y sociólogo, el maestro Alfredo Molano. Será que usar la palabra desde cualquier esquina de la literatura, el periodismo, el pensamiento, la crítica y la dramaturgia de manera independiente, es razón para un proceso?. No hay derecho al pensamiento diverso, a la controversia, a la discusión, y sólo tiene cabida el unanimismo? Entonces, si no hay derecho a la disensión como lo dijo el ensayista, poeta y novelista, William Ospina* "que empiecen a procesarnos a todos".









*OSPINA, William. Querida Patricia Ariza. En: El Espectador. Bogotá(Domingo 28 de diciembre de 2008), p.44