Mucho se habla en Colombia de que nadie lee. Hasta se ha llegado a tasar (no sé bajo qué criterios evaluativos), que en Colombia el promedio de lectura es de libro y medio por año, aunque los más hiperbólicos exageran en medio libro anual. Es cierto que en Colombia no se lee, -a pesar de ser un país de presidentes poetas y escritores (Núñez, Suárez, Betancourt, López), de literatos a granel, y de ostentar Bogotá el mote trillado hasta la saciedad de la Atenas suramericana- en las proporciones que uno quisiera, para ver si se sale del malhadado subdesarrollo que niega la igualdad social, y del analfabetismo político, que ha permitido que en el poder estén los menos interesados en el bienestar general de los colombianos, y su desarrollo humano.
Indudablemente, si no se cuentan con lecturas sólidas de textos desde las expectativas del pensamiento, asumir la realidad desde la interpretación y la reflexión -que son operaciones mentales y de la razón- es difícil que se actúe responsablemente y con capacidad para leer el contexto político nacional.
Las malas lecturas -irremediablemente- son las causantes de las malas lecturas políticas, que han desembocado en llevar a los puestos de dirección del gobierno, a quienes han entendido la política, no como un ejercicio democrático, sino como un fin para alcanzar el poder para su pelecho personal, y mantener la dirección del país, en manos de las castas económicas, que acrecientan sus capitales y bienes, con políticas clasistas y concentradoras de la riqueza.
Naturalmente que si el país lee mal, o sabe leer, es porque la misma escuela mantiene enfoques pedagógicos y mecánicos, en el aprendizaje de la lectura. Leer no es sólo codificar signos o decodificarlos como quien sopla y hace botellas. Leer es un acto complejo que no empieza y termina en sólo leer. Leer va más allá: hay que escribir también, pues en la sentencia de Paulo Freire, quien lee escribe.
Toda lectura tiene una respuesta desde la escritura, y eso traduce que se ha entendido e interpretado el texto abordado. Por eso leer, no puede seguir tomándose como un acto mecánico, o meramente recreativo. Leer es pensar, porque el texto que motiva la lectura puede ser controversial, y el lector no estar de acuerdo con sus plantamientos. La lectura es dialógica, y el lector la asume críticamente, como un combate de pensamiento. Luego, así, también, como un pugilato de ideas y elucubraciones debe tomarse la lectura de la realidad política, para hacer una lectura responsable y juiciosa del quehacer político colombiano, pues cuando se elige, la que se pone en juego es la democracia, la libertad y los derechos esenciales.
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