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lunes, 11 de abril de 2016

Naufragios


La vida se nos va hecha jirones
en el tiempo,
los lugares,
los objetos.
Miro el rostro de la mujer que atendía el bar
adonde cantábamos con Moustakis,
"Con mi cara de extranjero,
de judío errante, de pastor griego
y mis cabellos al azar,", y el tiempo le ha puesto arrugas
de tragedia griega a su rostro de porcelana,
de cuando el bar era una fiesta de ron y aguardiente agradecido.
Nadie le ruega ahora - como en sus tiempos de bella-
que ponga una canción en la victrola de vinilos.
Si acaso algún despistado se detiene en el bar
lo verá como un barco que se oxida
en alguna playa de olvido,
y se tomará apurado un whisky de amargura,
como temiéndole a una peste que asolara el lugar
Ay! de la Esquina del perdón
de casas altas, y balcones saledizos,
más oscura que las mismas sombras;
ya no la pueblan los fantasmas de
de la violencia partidista,
ni los amantes sin motel de coitos urgidos,
que le perdieron el miedo a sus muertos.
!Cómo reconocerla hoy en ese vértice de locales apretados
y en el enjambre de vulgares negociantes que venden hasta el alma!
Acaso, en algún libro viejo de Balzac,
una flor disecada por el moho del papel,
me recuerde de ese amor que nunca fue,
pues más pudo el olvido (el olvido es la sutura del alma dolida)
Acaso en otro esté,
la servilleta con dobleces de ternura,
de aquel poema que a hurtadillas le escribí
mientras consumíamos un asadito argentino,
y siempre quise darle,
donde le juraba amor imperecedero,
pero,
para qué dárselo- pensaba-
si sobraban las palabras
En el desván -náufraga- el esqueleto de una guitarra
espera por sus cuerdas.
Es que aún quedan hilachas de alma y piel
por desgarrar la vida
entre cobres y entorchados
de una vieja canción gitana